El chico del pelo raro
Me acordé del pibito que conocí hace un par de meses. Habíamos chateado varias veces, yo lo había agregado al msn, pero como vivía en zona oeste y raramente venía a capital, nunca coincidíamos. (more…)
Me acordé del pibito que conocí hace un par de meses. Habíamos chateado varias veces, yo lo había agregado al msn, pero como vivía en zona oeste y raramente venía a capital, nunca coincidíamos. (more…)
Le pagaba a una mujer para que me limpie.
Aldana venía las 9 de la mañana, cuando yo estaba en el medio de mi noche de sueño. Por eso, al principio, me despertaba de un timbrazo, yo le abría la puerta dormido, le daba algunas indicaciones y me volvía a meter rápido en mi habitación. Después de unos meses le di la llave y le dejaba una notita con lo que tenía que hacer. La noche anterior revisaba la casa para no dejar cosas de valor tiradas por ahí. Lo único de valor que tengo es un Ipod y una laptop, así que esas eran las dos cosas que escondía. (more…)
Quiero mirar para atrás pero con los ojos bien abiertos, como si fuera nuevo, sacarle el plástico, encastrar todas las piezas otra vez. Todas las casas que yo conocí de chico eran iguales. Un living que nunca se usaba, a veces alfombrado, con un sillón que nadie usaba, con repisas y mesitas ratonas llenos de adornitos comprados en las vacaciones, que se iban reponiendo pegando con poxirán y al final se descartaban: la virgencita que cambia el color con el tiempo, un abanico, una cosita de cerámica, un gauchito, algo hecho con caracoles, porque los veraneos eran en la costa o en Córdoba. Todos los cuartos estaban conectados por un pasillo: allá la cocina, a veces conectada por una puerta plegable al living, al fondo el baño, acá las habitaciones. Todas las casas que conocí de chico tenían esa misma disposición. Nunca, cuando estaba de visita, tenía que preguntar dónde estaba el baño, siempre estaba al fondo del pasillo. Además, los chicos no éramos invitados a las casas, jugábamos en la calle. O mejor dicho, cuando yo era bien chico, jugábamos en el campito. (more…)
Puse el kilo de helado y las dos botellas, una de vino y otra de Pepsi, sobre la mesada y me puse a buscar una bolsa para cargar todo. Busqué en el ropero y sólo encontraba bolsas de cartón, esas de negocios de ropa. Estuve revolviendo como 15 minutos, buscando una de plástico, hasta que me resigné. Remera negra, bermudas y sandalias y salir corriendo a tomar el colectivo. (more…)
Esto no pasó así, ni en ese momento, pero no importa, estoy diciendo la verdad. Esto todo culpa de Damián y su llavero, del que cuelgan todas estas llaves, y uno no tiene más que probarlas, una por una en cada cerradura y de pronto se abre una puerta y uno se da de bruces (lees) con este recuerdo. (more…)
Damián tenía las uñas sucias de grasa y callos en las manos. Era mecánico, me contó. Trabajaba en el taller de mecánica diesel del padre desde chico, y ya tenía sus propios clientes. Me fascinaba escucharlo hablar, porque sonaba como si el fuera el dueño del taller y su padre su empleado. (more…)
Metiendo la cuchara en la sopa oscura de la memoria saco esto. Creo que fue por culpa del Follow me, ese curso de inglés en fascículos que compró mi viejo. Así descubrí, allá por 1985, que tenía facilidad para el inglés. Pasé rápido por encima del This is a pencil, Hello, how are you y todo eso y me aburrí, y así decidí anotarme en una academia. Me hicieron un examen de nivel y me metieron en tercer año adulto y ahí estaba yo, alumno cumplidor, con el cuadernito Arte y la lapicera nueva. Éramos 9 alumnos, 7 chicas y 2 chicos. Las chicas eran todas buenas alumnas, como yo, tomaban nota, tenían cartuchera, subrayaban el libro con lápiz y borraban con la goma blanca, la de lápiz. El otro pibe, que se llamaba Damián, tenía casi mi misma edad y subrayaba el libro nuevo con birome y pedía siempre una hoja, porque no llevaba carpeta ni cuaderno. Era petiso, de pelo negro, y con los agujeros de la nariz demasiado grandes. (more…)
[En el medio de la autopista, desnudo, poniéndome al día con las deudas]
¿Prólogo?
No sé cómo contar esto, por dónde empezar, cómo terminarla (porque todavía está en curso), no sé si conviene, no sé si tengo ganas. “Estar en curso”, qué frase rara, estar todavía aprendiendo, en el medio de la clase, todavía no tocó el timbre del recreo. El curso de un río que corre, que trae algo y se lleva algo. (more…)
[Buenos Aires, Club de Osos de Buenos Aires, junio de 2008]
Como siempre y otra vez: el viernes me quedo casi toda la noche despierto, insomne y empiezo el sábado durmiendo a lo largo de todo el día, en sorbitos de dos horas, me levanto a mear, a revisar correo, de vuelta a la cama, leo algo con los ojos pegados, me duermo otra vez, me despierta el teléfono con una amiga en crisis pidiendo consejo, vuelvo a la cama otra vez, me despierto con los pies fríos y con el cuello transpirado y con la sensación de haber cruzado a nado un río espeso de petróleo. (more…)
Mi vida sexual está marcada por el signo de la arroba. Esta ficha obvia estuvo ahí asomada, atascada en la ranura, hace rato, pero recién hoy me terminó de caer. Conocí al primer tipo con el que cogí, en un chat, en 1997 o 1998. Había todavía una distancia irónica entre la asepsia de la tecnología que permitía el levante (recuerdo que el chat que yo usaba tenía salas sociales repletas de gente y salas sexuales con muy pocos usuarios) y el telo mugroso donde cogimos (el único donde dejaban entrar a dos hombres, seguramente ilegal). Desde ese momento hasta hoy conocí a casi todos mis novios, garches y amigarches a través de la red. (more…)