Raro, otra vez

[23 de Abril de 2005, Palermo, Buenos Aires.

Lo que cuento en este texto ya lo conté antes. Como aquel texto no me gusta, decidí reescribirlo: corregirlo y expandirlo. Acá va el resultado, con la impresión de que dentro de unos meses volveré a reescribirlo. Así seguiré, andá a saber hasta cuándo.]

Raro. Esa era la palabra que mi mamá usaba. “Es un chico raro”. No me lo decía a mí, pero sí a sus amigas, a las vecinas y a los parientes. Y no lo decía con tristeza o resignación, lo decía con orgullo. “Hay que estar muy atento, porque si le decís algo que no le gusta toma carrera y se da la cabeza contra la pared”. “¿Qué peligro, no?”, se compadecía la vecina. “Lo que pasa es que nació sietemesino y tardó como dos minutos en respirar. Le pegaron en la cola 3 enfermeras y nada, tuvo que venir el doctor Ortiz y pegarle bien fuerte en la cola, y ahí recién lloró”. Dicen que la psicología sexual de una persona se configura en los primeros años de vida. En mi caso, el trámite duró tres minutos.
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Teatro negro de Praga

[16 de Abril de 2005, Palermo, Buenos Aires, mis exhibiciones de nado sincronizado literario]

A veces me canso de ser yo, como todo el mundo. Hablo del yo que vive, pero también del yo que escribe. Para quitarme el peso de mi propia piel, me transvisto. En este caso, decidí intentar meterme en la piel de Lucy (que autorizó y criticó este sentido homenaje). Ser otro, otra, o al menos intentarlo y fallar, es un ejercicio fascinante. ¿Qué se puede imitar y que se rehúsa a ser fotocopiado? ¿Qué bordes angulosos es imposible ocultar? ¿Qué relaciones existen entre estilo, sentido y contenido?

Es un ejercicio que propondré alguna vez en el taller (ver los dos posts anteriores, y el que vendrá en los próximos días, confirmando lugar y horario de la primer clase gratuita. Un ejercicio que permite palpar las paredes de la habitación a oscuras de nuestra propia escritura.

Enciéndanse las luces del viejo varieté. A continuación el texto que escribí yo, o Lucy:
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El club de sexo

[San Francisco, Mayo de 2002]

“Estoy yéndome”. Eso pienso mientras camino hacia el club de sexo. Yéndome de San Francisco, de los 7 lugares donde viví, de los pocos amigos que hice, del sexo incoloro, indoloro e insípido, de la ilusión de conseguir un trabajo, un novio o una vida, y de la desilusión de no haberlos encontrado. De todo eso estoy yéndome.

Me siento borracho. Irse provoca eso, un pedo biónico y trascendental, una sensación de ingravidez que te saca de la órbita y te empuja hacia otros agujeros negros. El agujero negro al que me dirijo ahora se llama “The power Exchange” (“Intercambio de poder”). Es un club de sexo “temático” de 4 pisos, dos para gente gay y dos para gente heterosexual o travestis. El “tema” es los juegos de dominación / sumisión y el bondage: “proveemos un espacio para la exploración lúdica y consensuada de tus fantasías SM más íntimas”.
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La entrevista

[Abril de 2003, Piscataway , New Jersey]

Es un papel celeste, con letras grandes:

¿Querés desarrollar tus capacidades de liderazgo?
¿Te sentís capacitado para contribuir al bienestar de la comunidad de estudiantes de doctorado?
¿Querés interactuar con estudiantes como vos, de todos los países del mundo?
¿Te gusta organizar actividades de recreación grupales?

Si contestaste sí a todo lo anterior, seguí leyendo, que hay más:

¿Sabías que trabajando sólo 10 horas semanales podés ahorrarte el dinero del alquiler de tu alojamiento? ¿Y además recibír un salario adicional mensual de 120 dólares? ¿Y qué, aunque te parezca increíble, también tenés el privilegio de elegir a tus compañeros de vivienda?

Sí, parece increíble, pero es verdad: la Oficina de Alojamiento y Recreación de la Universidad seleccionará tres nuevos encargados de edificio para el semestre de primavera. ¡Es tu oportunidad! ¡Envianos tu currículum ya!

La oferta parece caída del cielo, no porque me interese el liderazgo, la organización de eventos, ni la fraternidad internacional, sino porque necesito los casi 600 dólares que me ahorraría todos los meses. La posibilidad de elegir a mis compañeros de vivienda es un plus para nada despreciable: hace 4 años que convivo con indios, chinos, checoslovacos, turcos y portorriqueños con distintos niveles de destreza e interés por la higiene hogareña y el aseo personal. Siento que llegó el momento de exiliarme a una comarca inmaculada, lejos del sarro indeleble de la pileta de la cocina, del cachetazo fétido del olor a pis del baño y de las cajas de pizza vacías apiladas en la puerta de entrada.
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Mi marciano favorito (primera parte)

[Palermo, Buenos Aires, Febrero – Marzo de 2005]

Lo primero que me llamó la atención de Andrés fue su pelo negrísimo.

– ¿Hace mucho que esperás? – le pregunté, para romper el hielo.
– No.

Dijo nada más que “No” y se quedó mirándome. Ahí que fue noté el pelo negrísimo. O quizás no fuera tan negro, pero le nacía demasiado abajo en la frente y eso le daba a la mirada un aire franco y ausente a la vez.
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Inflación

[Buenos Aires, 11 de enero de 2005, 2.30pm]

– A Bulnes y Güemes, por favor.

De los 5 taxis que tomamos en las últimas 4 horas, este este el primero que tiene aire acondicionado. También parece ser el primero cuyo conductor no parece desesperado por charlar. Y por eso me dedico a conversar en inglés con Martín y Andrés, que están sentados en el asiento trasero.
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El infierno sin aire acondicionado

[Buenos Aires, 11 de enero de 2005, 1pm, los taxistas de Buenos Aires tienen ese no se qué]

Update 14-01-2005: Nueva versión, que corrige algunas inexactitudes señaladas por uno de los protagonistas de la historia, Martín.

Mis amigos neoyorkinos, Martín y Andrés, llegaron el lunes a Buenos Aires. Se quedan sólo un par de días, los necesarios para terminar algunos trámites. Tenían pensado terminar todo el lunes y por eso arreglamos para que pase a buscarlos por el hotel el martes. Pero no llegaron a terminar todo y por eso, cuando llego, me piden que los acompañe a la AFIP. Se disculpan interminablemente y me prometen que en una hora vamos a estar almorzando y caminando por Palermo, a salvo de la opresión kafkiana de la burocracia local.

Salimos del hotel y nos metemos en un taxi, yo en el asiento de adelante, ellos atrás.

– A Cabildo y Céspedes – le indico al taxista.
– Listo – pone en marcha el reloj – ¿qué calor, no?
– Ayer fue un infierno de trámites – señala Martín, que parece necesitar compartir sus combates con la burocracia argentina con todo el mundo -, hoy a la mañana fue otro infierno y ahora seguimos con más papeles infernales…
– Yo igual soy ateo – interrumpe el taxista.
– Yo también soy ateo – se defiende Martín – . El infierno no existe en el más allá , el infierno es la DGI.
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