Ricotta

[20 de Mayo de 2004, East Village, New York City: una noche en el bar The Cock]

Me abro paso entre la turba que se sacude al compás de “Come as you are” de Nirvana, hasta la tarima sobre la que baila el stripper. Saco un dólar del bolsillo del pantalón, se lo muestro y le hago una seña para que se agache.

– ¿Sos latino? – le pregunto.
– Sí – me sonríe. Venezolano, ¿and you?
– Argentino.
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La charla de Kirchner y Krugman en New York

Me llegó el email ayer a la noche: Kirchner y Krugman en la New School University, gratis y sin necesidad de reservar asiento. Carlos y Valeria desistieron a último momento; (“va a diluviar” – se disculparon), pero Martín se prendió. Empezaba a las 6, pero a las 5 ya estábamos ahí; “asientos de acuerdo a disponibilidad”, anunciaba el website.
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Neblinas

[5 de Abril de 2004, Piscataway, New Jersey; a partir de un comentario que dejé en Orsai, el blog de Hernán Casciari, y que habla de mis recuerdos de la guerra de Malvinas y de mi infancia]

Tenía 11 años, creo. Aquél 2 de abril llegué al colegio y encontré a mis compañeros de grado cantando en remolinos:

“Thatcher, vieja podrida
este verano no podrás ir a Malvinas…
ni a las Georgias, ni a las demás,
son argentinas por derecho nacional…”
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Pacman

[15 de Abril de 2004, 6 AM, Piscataway, NJ; abriendo de nuevo el boliche]

Me fui sin que me echen y volví sin que me llamen.

Acá correspondería que explique por qué me fui, pero no tengo ganas. Tiro algunas barajas sobre la mesa y que cada uno arme su chinchón. Me cansé, me aburrí. Escribir se convirtió en una rutina atolondrada. Hablar de mí me pareció un ejercicio vanidoso, insultante: me sentí como una gorda tetona haciendo un strip tease frente a un grupo de somalíes desnutridos. Es decir, no me escandalizó la pornografía del cuerpo desnudo, sino lo superfluo del acto, el ¿para qué? sin respuesta.
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Autoreportaje 2: los libros y yo

[27 de Enero de 2004, 4am, Piscataway, NJ; segundo auto reportaje]

Autoreportaje 2: Los libros y yo

¿Cómo nace tu relación con la literatura?

Creo que todo es culpa de mi papá. Mi abuelo paterno – flor de hijo de puta – decidió que la escuela secundaria era una pérdida de tiempo y cosa de maricones y por eso a los 14 años lo sacó a mi viejo de la escuela y lo puso a laburar con él en la panadería. Fue bastante frustrante para mi papá, que siempre tuvo inquietudes intelectuales.

Así, conciente o inconcientemente, mi viejo se obsesionó con los libros: nunca tenía tiempo de leerlos, pero igual los compraba por docenas. Mi casa siempre estuvo llena de libros – que compraba mi papá a pesar de las quejas de mi mamá -. Abrís los roperos en mi casa y no hay ropa sino libros.
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El borde

[20 de Enero de 2004, Piscataway, NJ; los instantes previos al sueño]

Semana de exámenes y de entrega de proyectos y de final de semestre. Dormir 4 horas al día, tropezar sonámbulo, sentir el chirriar de mis ojos rugosos en sus órbitas. Me siento Tarzán saltando de liana en liana, de minuto en minuto: tengo que estar despierto en tres horas – tengo dos clases consecutivas. 6 horitas en total y no soporto la idea, me catapulto entonces al final del día y regurgito el instante en el que mi cabeza se apoya contra la almohada, rewind y play otra vez, rewind y play otra vez la caricia redonda de la almohada contra la mejilla.
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Sarcófagos

[11 de Enero de 2004, Piscataway, NJ; y un email enviado a otro blogger tratando de explicar(me) el mambo Rambo de ciertos cibernautas]

La gente es loca. Suena a cliché, sí, pero es así. Lo peor es que la mayoría de la locura de la gente es tan cualungue que no merece exploración. Otras siones son más apropiadas: contemplación, compasión, ignoración. Mi exploración se termina demasiado pronto, antes era más “humanista” y suponía que era pedadógico tratar de entender las vueltas de la gente. Era más joven y más ingenuo y pensaba que toda tarea ardua construía carácter (es todo muy bíblico, viste, expulsión de ese Disneylandia que era el Edén y sudarás el sudor de tu frente y amasarás el pan con tus manos callosas). Hasta que un día me crucé con la frasecita de Oscar Salvaje que dice que la laboriosidad es la madre de todas las calamidades y confirmé esa certeza meses después cuando la Tía Ernestina le regaló a mi mamá una cama paraguaya hecha con hilo sisal. No hay tarea más enorme que la investigación de la estupidez humana y la espeleología no es para mí.
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Tai chi

[Enero de 1999, Piscataway, New Jersey]

Casi siempre es una revistita de 10 o 12 páginas, en papel plastificado, anaranjada o celeste. Y siempre se amontonan en la tapa una banda de adolescentes sonrientes. Y si la foto viniera con sonido se escucharía el mar de fondo, los jirones de olas que se enredan en las pantorrillas de los púberes. Los tres muchachos están en cueros, las cuatro chicas en shorcito y musculosa. Dos rubias, dos morochas, tres muchachos lampiños y tetones, esculpidos todos en algún bronce gomoso. Está claro que hace calor, no hay una nube en el cielo, las palmeras no atajan el sol, pero nadie transpira, todos sonríen para la foto. Y se enciman, la consigna parece haber sido: “al menos un 60% de la superficie de piel desnuda de cada uno tiene que estar en contacto con la de sus compañeros”. Se enciman como los naipes de una mano de chinchón juvenil, atlética y jocosa.
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Raro

[30 de Diciembre de 2003, 2:45am, Piscataway, NJ: algunos apuntes autobiográficos]

Siempre presentí un orgullo levemente perverso cuando mi madre se refería a mí como “un chico raro”. No me lo decía directamente a mí, pero si la escuché calificarme de esa manera muchas veces, en conversaciones con parientes o amigas. Nunca supe bien a que se refería, pero ahora veo que sus anécdotas preferidas que me tenían de protagonista quizás tracen un mapa de mi rareza.
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