[Abril de 2003, Piscataway , New Jersey]
Es un papel celeste, con letras grandes:
¿Querés desarrollar tus capacidades de liderazgo?
¿Te sentís capacitado para contribuir al bienestar de la comunidad de estudiantes de doctorado?
¿Querés interactuar con estudiantes como vos, de todos los países del mundo?
¿Te gusta organizar actividades de recreación grupales?
Si contestaste sí a todo lo anterior, seguí leyendo, que hay más:
¿Sabías que trabajando sólo 10 horas semanales podés ahorrarte el dinero del alquiler de tu alojamiento? ¿Y además recibír un salario adicional mensual de 120 dólares? ¿Y qué, aunque te parezca increíble, también tenés el privilegio de elegir a tus compañeros de vivienda?
Sí, parece increíble, pero es verdad: la Oficina de Alojamiento y Recreación de la Universidad seleccionará tres nuevos encargados de edificio para el semestre de primavera. ¡Es tu oportunidad! ¡Envianos tu currículum ya!
La oferta parece caída del cielo, no porque me interese el liderazgo, la organización de eventos, ni la fraternidad internacional, sino porque necesito los casi 600 dólares que me ahorraría todos los meses. La posibilidad de elegir a mis compañeros de vivienda es un plus para nada despreciable: hace 4 años que convivo con indios, chinos, checoslovacos, turcos y portorriqueños con distintos niveles de destreza e interés por la higiene hogareña y el aseo personal. Siento que llegó el momento de exiliarme a una comarca inmaculada, lejos del sarro indeleble de la pileta de la cocina, del cachetazo fétido del olor a pis del baño y de las cajas de pizza vacías apiladas en la puerta de entrada.
En cuanto al trabajo en sí, no sé bien de qué se trata. Al encargado del edificio en el que vivo lo vi sólo 4 veces: una, cuando me entregó las llaves de mi cuarto y las otras tres cuando vino a realizar las “inspecciones sanitarias” (o sea, a revisar que el departamento esté limpio, bajo la amenaza de multas y reprimendas). Supongo que a ese rol de inspector de sanidad se refiere el papelito cuando habla de “contribuir al bienestar de la comunidad de estudiantes de doctorado”. Las “actividades de recreación grupales” deben ser la “Hora de pizza” que se hace cada dos semanas y que consiste en que se compran 15 pizzas, que son engullidas en un lapso de 3 minutos por los estudiantes famélicos. El “liderazgo” debe tener que ver con eso, el encargado de edificio es el responsable de evitar que algunos vivos apilen 4 o 5 porciones de pizza en el platito de cartón y dejen a los demás en ayunas.
Yo sé que puedo hacer todo eso, sé que puedo inspeccionar aparadores, bañaderas, alfombras y picaportes en busca de polvo y gérmenes, y sobre todo sé que puedo distribuir comida y bebida en una reunión. Es más, si cierro los ojos, me imagino una escena embriagadora: una larga fila de estudiantes gimiendo de hambre frente a mí y yo sacando interminables porciones de pizza de una caja de cartón y llenando todos los vasos de gaseosa sin que la botella de Coca se me vacíe, es decir, oficiando el milagro de la multiplicación de las pizzas y las gaseosas.
Ese mismo día envío el currículum. A la semana me llaman para arreglar la primera entrevista, que resulta fácil y aburrida. Me explican de qué se trata el trabajo: 10 horas semanales, 15 días de vacaciones; responsabilidades: ayudar a los estudiantes en el trámite de llegada y partida, inspecciones sanitarias, actividades de recreación – “Hora de pizza” –, redactar un “informe semanal”, abrir puertas en caso de que los estudiantes se olviden las llaves adentro de los cuartos, y estar dos horas semanales en el departamento en caso de que alguien tenga alguna consulta. Me pregunta si tengo auto (no tengo). Me preguntan cuánto hace que vivo en el alojamiento de la universidad (4 años). El resto es una charla difusa e irrelevante con un tal Cirilo, que dura menos de 5 minutos. “En esta primera ronda seleccionamos a 20 personas, para la segunda entrevista van a quedar 6, y luego de esa entrevista vamos a seleccionar a los 3 encargados”.
3 días después me avisan que fui seleccionado para la segunda ronda de entrevistas. Esta vez la entrevista es frente a cinco personas: Cirilo, un tipo de unos 40 años, canoso y de aspecto nervioso, una vieja flacucha de anteojos bifocales, una gorda pelirroja y un viejo de bigotitos. No me gustan las entrevistas grupales, nunca sé a quién mirar. La cosa empieza como siempre: “Contanos algo de vos”. Les cuento (soy estudiante de computación, argentino, hace 4 años que estoy en Rutgers, siempre viví dentro de la universidad). “¿Por qué elegiste vivir siempre en la universidad y no afuera, alquilando tu propio departamento?” “Porque puedo vivir cerca de la oficina, el gimnasio me queda cerca” – en realidad nunca voy –, “porque no tengo que comprar muebles ni lidiar con problemas de reparaciones o desperfectos y porque me gusta vivir con estudiantes de distintos países y aprender las costumbres de otras culturas”. Esto último lo digo acompañado de la cara número 14: entrecejo fruncido expresando honestidad y concentración, leve movimiento afirmativo de la cabeza. “Decinos como usarías la experiencia laboral que aparece en tu currículum en este trabajo”. “Fui preceptor de una escuela secundaria durante dos años, y ese trabajo consistía en resolver conflictos entre estudiantes o entre los estudiantes y la autoridad, y eso también sucede en este nuevo trabajo. En mi segundo trabajo, como operador internacional, tenía que manejar clientes de distintos países y ocuparme de que quedaran satisfechos con el servicio, los estudiantes son también clientes, a su manera, ya que pagan alquiler. Y por último, mi trabajo en computación me enseñó a ser metódico y organizado, dos habilidades importantes para este trabajo, ya que voy a tener a cargo a 100 personas”. El viejo de bigotitos me interrumpe: “Más allá de que no estaba listado en la descripción del trabajo como requisito, ¿tenés habilidades prácticas, manuales? ¿O sea, podés destapar una pileta, arreglar el parante de una cortina si se rompe?” La verdad es que soy un inútil y las manualidades son mi punto débil. Aprobé “actividades prácticas” en el secundario, gracias a un “canje” con Noemí, mi compañera de banco. Yo le escribía las composiciones para Lengua y literatura y ella me armaba los almohadones, los maceteros de hilo sisal y las esculturas de jabón. Tengo que pensar en algo rápido, ya tomé agua e hice una pausa, así que se me acaba el tiempo – suena la campana y hay que salir al ring. “Mi padre tiene una panadería. Yo trabajé con él desde chico y ahí, en la panadería, si algo se rompía había que arreglarlo”. Es cierto que trabajé con mi papá en la panadería cuando era chico, pero fueron dos días, hasta que me echó, furioso, porque rompí la batidora sin querer, y no fui yo quien la arregló.
La pelirroja me pone muy nervioso. Tiene un cuadernito en el que anota todo el tiempo. O mejor dicho, no todo el tiempo, sino cuando estoy diciendo algo particularmente bobo. Me imagino que escribe “respuesta idiota”, “este de encargado no sirve”, “qué versero”. La saco de mi campo visual y la mando al limbo sensorial al que mandé el ruido del acondicionador de aire que no me dejaba concentrar al principio de la entrevista.
– Te vamos a dar tres situaciones reales, que le sucedieron a encargados de edificio en el pasado. Te aclaramos que no hay respuestas correctas o incorrectas a estas preguntas… La primera es ésta: suponete que viene un estudiante a decirte que un compañero que vive con él hace un mes y medio que no se baña. Tiene miedo de ofenderlo, porque todos tenemos distintos parámetros culturales y entonces viene a vos para que soluciones el problema. ¿Qué hacés?
Si fuera por mí, y si fuera sincero, le diría al roñoso que se bañe o lo echo de la universidad. El caso me toca de cerca. Cuando vine a Rutgers por primera vez me tocó vivir con un indio fervientemente católico que se llamaba Manish. Manish rezaba todas las noches, pero no creía en la santísima trinidad de la espona, el jabón y el shampú. El hecho de que uno de los diez mandamientos no haya sido “Orinarás DENTRO del inodoro y no en la tabla o el piso”, me hizo descreer aún más del valor práctico de la religión.
– Le diría a esa estudiante que no puedo forzar a su compañero a bañarse – contesto –, salvo en el caso de que su falta de limpieza sea una amenaza para la salud de los demás. Si su compañero no limpia las áreas que le corresponde, es otro tema, pero no se lo puede forzar a qué se bañe con una frecuencia específica. Le diría que use mucho desodorante de ambientes y trate de aguantárselas.
¿Habré contestado lo correcto? Ni idea. La pelirroja escribe frenéticamente en su cuaderno.
– La segunda situación es la siguiente: estás esperando el colectivo frente al patio de comidas (es importante que entiendas que esto no sucede dentro del edificio del que sos encargado). En ese momento ves que una estudiante que reside en tu edificio se acerca al tacho de basura, saca de él una hamburguesa a medio terminar y se la empieza a comer. ¿Qué hacés?
Pienso que la dejaría que se coma el combo Mc Podrido que quiera, después de todo, ¿quién soy yo para meterme? Pero no puedo decir eso.
– Me acercaría y con mucha calma le preguntaría si está bien, si necesita ayuda, intentando no ofenderla, preguntándole si en realidad le conviene comerse esa hamburguesa. Si me dice que sí, la dejaría.
Se enciende el aire acondicionado, la pelirroja anota y siento la espalda transpirada. Cuando me levante para irme se me van a ver las gotitas en la espalda de la camisa. ¿Por qué no me puse la camisa negra?
– La última situación es esta: una estudiante te cuenta que tiene una compañera de vivienda que vuelve siempre a las 23.30hs del laboratorio. Un día le pregunta a esta chica si no tiene miedo de volver tan tarde a la casa. La compañera le responde que no tiene miedo porque lleva un revólver en el bolso, todo el tiempo y dondequiera que vaya. ¿Qué hacés?
Ahora no estoy tan seguro de querer ser encargado de edificio. Una cosa es revisar alfombras y cortinas en busca de polvo tres veces al año o distribuir pizzas y gaseosas entre los indigentes, y otra muy distinta lidiar con zombies que, por haber ingerido alimentos en descomposición de los tachos de basura enloquecen, se suben al colectivo y acribillan a balazos a inocentes, armados con las metralletas automáticas que cargan en sus mochilas.
– No sé cúal es la reglamentación de la universidad respecto a las armas – confieso –. Nunca usé un arma en mi vida, y por lo tanto no estoy al tanto.
Se miran entre ellos y Cirilo me dice que no están permitidas las armas en la universidad.
– Entonces llamaría a la oficina de alojamiento o a la policía y reportaría lo que me contaron. No intervendría yo directamente. Y le pediría a la estudiante que me vino a avisar que se quede conmigo hasta que se resuelva el tema.
Pareciera que se terminó la entrevista, porque todos cierran sus carpetas y amagan a levantarse de los sillones. Me molesta la sensación de saber que mi desempeño no fue espectacular. La pelirroja acota, sorpresivamente: “Contanos dos defectos tuyos. Dos puntos débiles”. La bendita pregunta… la que preguntan siempre y que, por supuesto, no tengo preparada. Pongo cara de que estoy pensando la respuesta, pero en realidad tengo la mente en blanco y pegajosa.
– Sinceramente no se me ocurre ningún defecto grave que me podría impedir realizar este trabajo. Sé que tengo las habilidades necesarias para hacerlo. Quizás si tenga otros puntos débiles o defectos, pero no se relacionan con este trabajo…
Me quiero ir ya, decidan lo que quieran, no me importa.
– Bueno, decilo igual. Decinos cuáles son esos defectos, decinos dos.
Digo lo que que me aparece primero en la cabeza, quiero irme de una vez.
– Bueno, uno de ellos es que no sé cocinar. Ni siquiera un pancho. Y el segundo defecto es que no sé bailar. Y es un gran problema, porque como soy latino todo el mundo asume que soy el gran bailarín, y la verdad es que soy horrible bailando…
Todos se ríen, menos la pelirroja. Una semana después me llaman para avisarme que soy uno de los tres nuevos encargados de edificio.
Estuvo excelente. Siempre compro sencillez y energía en los relatos, así como este. Ideal para un sábado santo por la tarde antes de ir al estadio a ver jugar a la selección de Guatemala. Que conste que voy por dos razones: me gusta el fut y soy chapín. Que si fuera porque pienso que hay grandes posibilidades de ir al mundial…
Por alguna razón no anda el link de “seguir leyendo”. Lo lei todo desde bloglines.
Oye que bien por ti, te salio de pelos esa oprtunidad, creo que ese final de los 2 defectos ayudo bastante a relajar la situación en fin suerte con ese trabajo y esperemos que no te toquen zombia apestosos come basura que acribillan gente con armas. 🙂
Al final, los yanquis son mas estructurados de lo que una se los imagina.
Un beso grande.
Karlos, que esto fue escrito hace casi 2 años y nuestro Xtian vivía en los USA… que no hace falta desearle suerte en este “nuevo trabajo”!
Excelente relato para seguir manteniendonos enganchados a ti, Xtian… (bendito bloglines)
Un saludo sevillano.
Yo quiero vivir con marroquies, gallegos, cubanos, y sobretodos con judios o rusos. Ni hablar de ponjas, ahi morí. Enviadia genera tu vida en la mía, Envidia d ela beuna.
Ahora.. de donde? de Palermo o piscataway?
Casi me hacés ahogarme (y encima comiendo uvas!) de risa con lo del “McPodrido” y “otra muy distinta lidiar con zombies que, por haber ingerido alimentos en descomposición de los tachos de basura enloquecen, se suben al colectivo y acribillan a balazos a inocentes”. xDDDDDDD
Me gustó mucho.
ohhhhhhh upsssss 🙁
Me has hecho reir muchísimo! Te salio buenisimo.
¿Y cuánto tiempo duraste en el trabajo?
¿Para cuándo la gran final?, ¿llevarás pistola?
Que tipo escéptico! Cómo que la religión no tiene valor práctico ? Por la afinidad biológica entre el chancho y el humano las enfermedades de uno se transmiten con facilidad al otro. Luego, el mandato religioso de “no comerás chancho” puede ser considerado de alta practicidad. 🙂
Pingback: Denken Ãœber
Extraño(amos) al Xtian de antes del taller, el barroco y espontáneo.
Saludos…
Buen relato. Qué fue lo que menos hizo sonreír la pelirroja, ¿no saber bailar o no saber cocinar? 😉
(Creo que fue su omisión respecto a la homosexualidad.) Ja.
Un gusto volver a verte, Christian!