En la playa (12). Destrucción total.
El viento viene del mar y va empujando la marea cada vez más arriba. La playa hoy tiene un 30% de la superficie que tenía ayer, y ya casi estamos confinados a los médanos, entre los yuyos y las hormigas. Mi sobrino de 11 años decide construir una presa, una muralla de arena y una zanja, que detenga o desoriente a las olas. Con un balde, pero sobre todo con sus propias manos, trabaja durante más de media hora. Al final decreta la obra terminada. A los pocos minutos vemos casi en cámara lenta armarse la ola asesina, gris, ?olida, como de aluminio, coronada por espuma marrón en la cresta, como un perro rabioso chorreando la baba de la aniquilación anticipada. Rompe a unos pocos metros y se arrastra, miríada de copos arremolinados, apresurados, empujándose, como saliendo del subte. Trepa por la muralla, llena los pozos, y se abalanza sobre las reposeras, la mesa, las sombrillas, la heladerita, las ojotas. Después, finalmente, retrocede arrastrando ojotas, papeles y palitos. Mi sobrino revisa en silencio la magnitud del daño. Es total: solo queda un montoncito de arena lambeteado, una jorobita de camello pocket enterrado. Levanta la cara, lleno de bronca y tristeza, y me dice: “¿Esto también lo vas a publicar en el facebook?”.