Tardé en darme cuenta. En el hotel siempre se escucha gente teniendo sexo. O mejor dicho mujeres gimientes, jadeantes, aullantes. Como soy patriarcal y heterosexista supongo que estarán acompañadas por hombres que optan por un silencio monacal. Los jadeos y staccatos suenan en surround, espiralados, esponjosos. Y son distintas mujeres con distintas coloraturas y rugosidades. El pulmón del edificio acumula, ecualiza y luego distribuye el sountrack que entra por la ventanita del baño. ¿Quiénes son estas lobas primales, febriles, si en el lobby o en la piletame cruzo con gordos pálidos, espectrales arrastrando una ristra de hijos- chorizo? ¿Por qué desenfrenan en este hotel?
Acabo de descubrirlo después de cinco días de estadía. Todos los baños tienen jacuzzi que está justo bajo la ventanita que da al pulmón del hotel. Pero no me di cuenta antes porque no se escucha circular agua ni el ronquido del motor del aparato. Parece que la sola presencia del jacuzzi, seco, latente, alcanza para imponer el acto porno. Yo, en cambio, sí prendo el jacuzzi y leo en mi kindle a Leonard Michaels. Sí. Un libro que trata sobre un grupo de hombres que se juntan a hablar de sus experiencias sexuales con mujeres.