Voy al barcito a media cuadra de la playa a comer algo. El cartel anuncia “morfi y chupi” y las “mejores milanesas de Brasil”. Lo atiende un marimonio uruguayo, ella, de unos 50 y pico, siempre en bikini, una onda Patti Smith, él me dice “flaco”, y tiene un aire a Calabró. Los dos parecen ex hippies, y venden tartas caseras, altas, con mucha sal, ricas. Se escucha por los parlantes música rockera, pero siempre en versión reggae. Por ejemplo, Patti Smith, reggae. El lugar está empapelado con selfies de clientes comiendo sánguches enormes, y felices, sorprendidos, interpelados, como si estuvieran frente a una pija inesperadamente gigante.
Me gusta como atienden. Rápido, eficiente, apenas amistoso. Te preguntan, sin ser invasivos, si todo bien flaco, justo cuando ven que estás necesitando algo. Pero como la gente se pone muy pelotuda cuando está playera, ellos patrullan la vereda donde se amontonan las mesas y sillas de plástico, y los distintos espacios del local. Porque venden morfi, chupi, pero también ojotas, lonas, bikinis, etc.
Llegan cinco minas chetas argentinas y decido sacarme los auriculares para escuchar toda esta interacción. Ellas son chetas, pero se comen las eses, así que deben ser del interior de Argentina. Dan vueltas por el menú, y obvio, tratan los ítems del menú como una acumulación azarosa de ingredientes, que ellas pueden fisionar y recombinar a gusto y piacere. Quieren estas tres cosas de este sánguche, con este pan de este otro sánguche, y con la mayonesa de zanahoria de este otro. Y quieren esta tarta, pero antes habria que extraerle en una operación de alta complejidad los pepinos y las tiritas de panceta. La hippie de bikini le dicen que les trae las porciones y cubiertos, y que ellas pueden proceder a hacer el collage que quieran. Cuando diez minutos después les traen las porciones, les acercan unos sobrecitos de mayonesa y savora, de esos imposibles de abrir, medio irónicamente. Onda, si querés hacerte la barroca con el sánguche, hacete la loca con la mayo y la mostaza, hacé tu magia, baby.
Una de ellas se levanta y se pone a mirar bikinis. Aparece Calabró y le dice “si estás mojada no te apoyes la ropa contra el cuerpo”. No estoy mojada dice ella. Okay, dice Calabró. Una de ellas se levanta y va hasta una de las heladeras, y la abre para sacar una cerveza.
Aparece otra hippie, esta de calzas, la hija de los hippies, y le dice “No, ¡pedime a mí! ¿Ves que acá dice “no abrir heladera”? Me pedís a mí y yo te doy”. Okay, dice ella.
Comen un 30% de sus sánguches y tartas, el resto lo amontonan en el plato, que terminan como cráteres vacíos. No comen el pan, según mis cálculos comieron un poco de pollo y tomate y lechuga, el resto quedó ahí. Pide una de ellas ir al baño. “¿Hay baño acá?” pregunta una. Calabró dice sí, pasá al fondo a la derecha. Y luego agrega, subrayando las palabras: “Por favor, los papeles al tacho, no al inodoro”. Durante los siguientes diez minutos, cada una de ellas pide ir al baño, y cada vez aparece Calabró a recordar lo del papel al tacho.
Ellas comentan rica la tarta. Y genial que tienen wifi. Y se sacan una selfie, con el cartel que dice morfi y chupi atrás. Este lugar es lo más, opinan, acuerdan, y se van. Cuando me voy, miro el nombre del lugar, se llama “La onda”.