Me contactó un morboso de los olores corporales desde Palermo Soho. Me dejó claro que solo le interesa el olor a chivo: “de gran fortaleza, con suaves tintes grises y oro. La fina complejidad en capas de la baranda a chivo lo aporta la fricción permanente en el sobaco, resultado de tipear varias horas diarias en un cubículo de telemárketer. De sabor intenso y buena consistencia, el chivo de hoy, guindado, hace trampa empinando el codo en una pulseada aguerrida con el gusto aciruelado del chivo de ayer. Este circo romano, esta batalla de San Lorenzo entre la guinda y la ciruela chamuscada, oír deja los sordos ruidos de un final cataclísmico de taninos redondos y suaves. Los ecos furtivos y amaderados que penetran la nariz, seducen y abandonan, y se propagan arrastrando jirones linyeras de antitranspirante a bolilla. Se vuelve a esos sobacos como se vuelve a la madera, a la corteza, a sus canillos concéntricos, hacia abajo, hacia la raíz, hacia la tierra, hacia el centro.”
Cuándo me preguntó que buscaba yo, le contesté que viendo qué onda.