Halloween

En esta Fiesta de Halloween el único disfrazado soy yo. Tengo puesta una especie de túnica de monje que me cubre hasta los pies, marrón oscura, pero perdí el crucifijo, y muchos me confunden con La Parca, especialmente si me subo la capucha y me preguntan dónde dejé la guadaña.

Apoyado contra una columna hay un chico de barbita rara, lindo, mirando el piso. Me intriga, pero estoy yendo y viniendo por el boliche, y recién más tarde, me detengo a observarlo, mientras tomo un trago. Mira el piso, casi no levanta la cabeza.

Me acerco:

– ¿Estás aburrido?
– No, para nada.

Habla con acento raro.

– ¿De dónde sos?
– De Caracas.
– Ah, mirá. ¿Y venís siempre a este boliche?
– Sí, desde hace años. Me encanta este lugar.
– No se nota, porque hace rato te veo mirando el piso.

Se pone incómodo. Decido indagar.

– ¿Se te perdió algo?

Se ríe. Tengo una botella de agua en la mano, me pide con un gesto. Le doy. Vuelve a mirar el piso, casi automáticamente, se descubre haciéndolo y me mira a los ojos, se sonríe.

– Sos fetichista de los pies – le digo.

Se vuelve a reír. Pide más agua.

– Ah, entonces acerté. Lo otro que pensé es que tenías Asperger.
– ¿Qué es eso?
– Es una forma de autismo. Los que lo tienen no pueden decoficar automáticamente las emociones de las personas tal como la ven en los gestos de la cara. Cuando lo hacen tienen que “calcular” qué significa cada gesto, y como hacer ese cálculo es muy costoso, los sobrepasa, y tienden a evitar mirar a la cara, miran los pies.
– Quizás tenga eso.
– O quizás solo te den morbo los pies.
– Quizás…

Se vuelve a reír. Pide más agua. Intenta cambiar de tema.

– ¿Hay algo especial para los que cumplen años?
– ¿Cumplís años?
– Sí, hoy.
– ¿Ahora mismo?
– Sí.
– Ah, genial. Podés entrar gratis al boliche todo el fin de semana. Y podés invitar a tres amigos.
– No tengo amigos acá. Estoy solo. Pero si vienen chicos lindos como vos, vengo los tres días. El lunes me vuelvo a Caracas.
– ¿Cómo sabés que soy lindo si mirás los pies?
– En tu caso te miré los pies, pero con esa túnica que tenés no se ven, entonces tuve que mirarte la cara. Y sos muy lindo. Mi regalo de cumpleaños sería que te subas la túnica un poco y me dejes ver los pies.

Me levanto la túnica, un poco. Él me toma del brazo y me lleva donde hay más luz.

– ¿Zapatos viejos?
– Sí – me río -. ¿Me vas a pedir que te describa el olor a pata?
– Exactamente.
– Tengo poco. Pero estos zapatos son viejos, les tengo cariño, me encantan. Estoy por llevarlos a una zapatería para que les cambien la parte de adentro, la plantilla y eso.
– Si querés hacer feliz a un venezolano, que no tiren nada de eso. Sería mi mejor regalo de cumpleaños…
– ¿Cuál es el morbo, el olor a cuero o el olor a pata?
– Supongo que cada uno es distinto. A mí me calienta el olor a cuero, el olor a pata, y los dos mezclados. Lo mejor es cuando están los dos mezclados.

Viene alguien a preguntarme si se puede fumar, les digo que tenés que salir a la vereda, que te sellan la muñeca y luego podés volver a entrar. Cuando vuelvo la cara hacia el venezolano me está sonriendo.

– ¿Por qué te sonreís?
– Me gusta cómo hablás con la gente. Me gustaste apenas te vi, pero tenías un poco de cara de enojado. Después me di cuenta de que era porque trabajás acá y estás concentrado, yendo y viniendo.
– ¿Y todo eso observaste mirándome los pies?
– Yo no miro solo los pies, miro a la persona entera, pero empezando por los pies, por cómo está plantada y luego sigo el crecimiento hacia arriba. Es como la gente que empieza dibujando un árbol por las hojas, o por el tronco, yo empiezo por el tronco.
– Sonó medio sexual eso.
– Un poco lo es. ¿Y vos tenés algún morbo?
– Sí, varios, pero voy a publicar esto en facebook y entonces no puedo decírtelos.
– ¿Qué vas a publicar en facebook? ¿Esta conversación?
– Sí. Te voy a cambiar el nombre, la nacionalidad, y algunos rasgos de tu historia, así no te reconocen.
– Igual no me importa, contá lo que quieras. Si ese es tu morbo…
– ¿Y cómo funciona el morbo? ¿Alrededor del zapato o del pie?
– Del pie. Te chupo los pies. Los dedos, la planta, todo eso.
– A mí me da cosquillas.
– Porque no te lo hicieron bien o porque no te relajás. ¿Cuánto pesás?
– Unos 87 kilos.
– Qué lindo.
– ¿O sea que te van los pies gordos?
– No, necesariamente. Levantate la túnica. Apoyá el pie en este escalón y pisá.
Hago lo que me dice. Me tantea el empeine.
– Afirmate.
Sigue la curva del talón. Me aprieta la pantorilla. Gruñe suavemente.
– No te zarpés – le digo.
– Se te sale la pantorilla para atrás. Y pisás fuerte.
– Toda la pobre inocencia de la gente.
– ¿Qué es eso?
– Una canción.
– Me calienta.
– ¿La canción?
– Frenemos ahí, que esto tiene que ser apto para facebook.
– Y dale con el facebook.
– Ahí está la cámara, sonreíle a la cámara.

Mira hacia arriba, a un costado, saluda con la mano.

– Saludos a todos mis compatriotas venezolanos.
– Entonces te gusta que te pisen, como a la pobre inocencia.
– ¿Yo dije eso?
– Sí, y con esa carita de pícaro lo confirmás.
– ¿Está mal?
– No.
– ¿Pisaste a alguno alguna vez?
– Si lo hice no fue mi intención.
– No digo sin querer, digo en una situación sexual.
– No, la verdad que no. Y si amagaron a chuparme los pies y eso, me pongo incómodo. Tengo callos, y eso.
– Mejor. Un pie que pelea contra el zapato y a veces pierde. Un pie todo suavecito es aburrido, un pie tiene que tener distintas regiones, una orografía, tiene que ser como un mapa.
– Pasamos del morbo a la geografía.
– Todos los morbos son geografías.
– Ahora el que necesita agua soy yo.

Tomo un poco de agua.

– Entonces te gusta que te pisen. ¿En qué parte del cuerpo?
– En el pecho, en la cara, sobre la cola, que me caminen encima.
– ¿Como si fueras una alfombra?
– Sí, una que dice “bienvenidos”.
– ¿Te pisan entre varios?
– Lo he hecho.
– Mirá qué bien Caracas.
– Hay un amigo mío que tiene un sex-shop y organiza reuniones. Es muy buen organizador, le encanta organizar.
– Un colega, otro relaciones públicas.
– Pero a él le gusta sincronizar los morbos de la gente. Le pregunta a cada uno qué le va y luego te empareja con otro u otros.
– Y a vos te pisan. O me atan. Y otras cosas también, pero lo que más me gusta es que me pisen.
– ¿Y hay otros que les va lo mismo que vos?
– Sí, pero son principiantes. Ven cómo me excito yo, y lo quieren hacer, pero no entienden mucho.
– ¿Y te gustan solo gorditos o morrudos, onda osos?
– Sí, porque si no tienen peso no los siento cuando me pisan. Me ha llegado a pisar uno de 140 kilos.
– Este morbo tiene un nombre, ¿no? ¿Stomping?
– No, eso es zapatear. Es como lo que ustedes llaman malambo.
– Estoy seguro que hay alguno que se morbosea con eso.
– A mí me gusta que me caminen encima. Se llama trampling.
– Es una forma de masaje, además.
– Sí, termino todo livianito.

Viene alguien a preguntarme si soy Christian. Sí, soy Christian. Me encanta lo que escribís en el facebook, me dice el chico, sos un capo. Y se va.

– Ah, voy a ser famoso si escribís sobre mí. Un saludo a todos los venezolanos.
– ¿Cómo empezó lo del pisoteo, de chico alguien te pisoteó?
– De chico yo veía a mis tíos y a mis primos cuando se ponían un overol y arreglaban autos. Tenían un taller, hacían eso todo el día.
– ¿Sos morboso del olor a grasa y el overol también?
– Sí, pero menos. Y ellos iban y venían por ese taller. Y las herramientas las tiraban al piso, y después les pasaban por encima.
– Esperá un segundo. Te diste cuenta que pisaban cosas, ¿pero lo que pisaban eran herramientas?
– Sí, eso me daba mucha curiosidad, me excitaba.
– ¿Qué edad tenías? ¿Eras chico o ya adolescente?
– Entre medio de las dos cosas.
– Ese es el momento en que se solidifican muchos morbos. ¿Pero qué significaba para vos que pisen las herramientas?
– Que le pasaban por encima a cualquier cosa. Sin piedad.
– Pero eran herramientas, no personas. También pisarían otras cosas.
– A mí me intrigaba lo de las herramientas. Como si despreciaran algo esencial al pisar las herramientas.
– Me hiciste acordar a una escena de Faulkner.
– ¿Sos escritor?
– Sí.
– Contame la escena.
– Es de Mientras agonizo. La novela empieza con la muerte de una mujer. Ella pide ser enterrada con el resto de la familia que vive en otro pueblo. Son una familia pobre, y toda la familia debe cargar con su cádaver, metido en un cajón rústico de madera, endeble, por el verano arrasador, hasta el lugar del entierro. Avanzan trabajosamente mientras el cuerpo se pudre. Hasta que llegan al Mississipi, que además está desbordado por las inundaciones, y no tiene forma de cruzarlo. Deciden intentarlo igual, y se meten con la carreta que carga el cajón en el río.
– No entiendo qué tiene que ver eso con mi morbo.
– Esperá que no termina ahí. Al meterse al río sucede una catástrofe, la carreta vuelca, los caballos se ahogan, el cajón se desprende flotando, y todos tienen que rescatarse entre ellos. Es el primer momento de unión entre ellos, hasta ahora eran esfuerzos discordantes, voces dispersas. Ellos se salvan, y trabajosamente salvan el cajón también. Pero después vuelven al río a rescatar las herramientas. Es raro ese momento, que Faulkner se detenga en eso. Yo creo que tiene que ver con lo que significa ser humanos: extraer del flujo del río las herramientas de trabajo. Quizás haya algo de tu morbo que se enganchó ahí: las herramientas de trabajo son sagradas, con ellas hacemos orden en el mundo, los primeros rituales funerarios consistían en enterrar a las personas con sus herramientas de trabajo. Imaginate eso ahora, la gente enterrada junto a sus pcs. Pero tus tíos y primos las pisoteaban. Hay algo de ese desprecio de tus tíos que es hasta blasfemo.
– No creo que sea tan complicado. Yo veía que pisaban algo, sin darse cuenta, sin que les importe. Algo que no deberían pisar.
– Y también esta esa historia de alguien que sueña que camina con Dios por la playa. Y ve sus pisadas del pasado en la arena, y descubre que en sus momentos más difíciles hay un solo par de pisadas, no dos, como debería haber. Entonces el soñador increpa a Dios diciéndole que lo abandonó en los momentos más difíciles, que en esos momentos caminó solo. Y Dios le responde que en esos momentos lo cargaba en brazos, por eso hay un solo par de pisadas. ¿Te calienta esa historia? Porque yo me imagino que esas pisadas en los momentos más difíciles son pisadas más hondas, más nítidas.
– Nunca había escuchado esa historia. Está buena. No me calienta ahora, pero la pienso un rato y te digo.
– Igual no importa. Volviendo al taller mecánico de tus primos y tíos… ¿vos te ves como una herramienta. Eso tiene algo de poético. ¿Una herramienta para construir qué?
Se queda mirando el vacío. Piensa.
– El cuento de las huellas en la arena… no sé si me calienta, pero me gusta el cuento. Me gusta eso de sentir el cuerpo del otro, de cargar con el otro, y de que eso quede marcado en la huella de un pie.
– ¿Y lo del taller y las herramientas fue lo único que disparó el morbo? ¿O alguien gordo y barbudo te pisó en el subte o algo así?
– No, nada de eso.
– ¿Tuviste sexo con alguno de tus tíos o primos?
– Solo me gustaba uno de los tíos. Era grandote. Le revisé los zapatos, los tenía muy gastados del lado de afuera. Y cuando trabajaba se le arqueaba la pantorilla hacia atrás.
– ¿Pero tuviste sexo con él?
– Yo hubiera tenido, pero no pasó.
– O sea que no hubo nada sexual…
– Lo único que pasaba era que él terminaba de trabajar y volvía a la casa cansado. Se acostaba en el sofá a mirar televisión, con las piernas colgando del sofá. Yo me acostaba en el piso a mirar televisión, y una vez el apoyó su pie en mi pecho. La planta de su pie en mi pecho. Y la dejó ahí. Es el recuerdo más vívido que tengo. Desde ese día yo tomaba su pie y me lo ponía ahí, sintiendo el calor y la presión en el pecho, mientras mirábamos televisión en silencio.
– ¿Y él se daba cuenta de que para vos eso tenía otro significado?
– Yo creo que ellos se daban cuenta. O se dieron cuenta después, porque ya de más grande dejó de pasar. No lo pude hacer más.
Mira hacia abajo. Se le nota la tristeza en el gesto, es como si hubiera cambiado la luz. Le doy agua. Toma.
– ¿Podrías ponerte de novio con alguien que no compartiera este morbo? ¿O te aburrirías?
– Me aburriría. Pero no es lo único que hay que hacer. Yo puedo hacer el morbo de. otro también. ¿Por qué, te parece muy loco?
– No me parece loco. Me parece hasta tierno. Y bastante inofensivo, salvo por una cuestión: la presión en el pecho. Está bien que te caminen encima, pero no morbosees con la falta de aire, eso sí puede ir hacia el morbo por la asfixia y eso es peligroso. No hay forma de hacer eso de manera segura. Y hay varios que se murieron por joder con eso.
– Sí, tenés razón. No tengo ese morbo. Y sé que es peligroso, y sé donde me pueden pisar. Pero te agradezco que me lo hayas dicho igual. Sé nota que sos buena gente. Me encanta charlar con vos.
– Igual todo esto es parte de mi trabajo. Y solamente lo hago para que vuelvas a venir a este boliche.
– Vale, eso está claro.

Me vienen a buscar para hacer el sorteo.

– Tengo que irme.
– Dale, me encantó hablar con vos.
– Igual dijiste que ibas a volver en estos días.
– Sí, claro, así que espero verte otra vez.
– Acá estaré, trabajando, yendo y viniendo.
– Pero sin esa túnica que te cubre los zapatos, así puedo ver bien cómo te alejás y cómo volvés.

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