El sol ya está asomando y yo salgo de la disco, disfrazado de monje franciscano. En el Mc Donalds de Callao y Santa Fe un pibe disfrazado de George de la Selva comparte una hamburguesa con Pedro Picapiedras. Hace frío, pero a la chica disfrazada de enfermera sexy, que cruza Callao junto a la chica disfrazada de jugadora de hockey, no le importa. Del otro lado cruza un chico vestido con pantaloncitos de fútbol. La chica disfrazada de jugadora de hockey lo saluda, el chico se mira los pantaloncitos cortos, las piernas también endurecidas de frío, y le tira un beso. En Santa Fe y Azcuénaga tres zombies esperan abrazados, borrachos, a que cambie el semáforo, y después avanzan trastabillando por la senda peatonal. De este lado los espera uno de los integrantes de Kiss junto a la Chilindrina. En Kentucky de Santa Fe y Anchorena comparten una pizza, en la vereda, un vampiro, un muerto degollado, un pirata del Caribe, y alguien con variadas lesiones faciales y un hacha clavada en la cabeza. En Gallo y Santa Fe la mujer maravilla le pide un cigarrillo a otra enfermera sexy, mientras Tarzán cruza la calle con el Chapulín colorado. Ya llegando a Coronel Díaz y Santa Fe varias chicas disfrazadas de algo sexy (estudiante sexy, cocinera sexy, vampira sexy, zombie sexy) avanzan tentativamente sobre sus plataformas. Y un pibe disfrazado de marinero trata de parar un taxi, pero está demasiado borracho y el taxi no le para.
Mientras tanto, miles de personas disfrazadas de argentinos, sostienen que Halloween es extranjerizante y comercial, y opinan que se necesitan elucubradísimas razones para disfrazarse, para ser otro, para hacer el ridículo, y casi ninguna para vivir la vida que viven todos los días.