Son las 9 de la mañana y estoy en un after. Es una casa vieja, oscura, con un patio con macetas al fondo. Al costado del patio corrés un telón y te metés en lo que sería el living, que está totalmente oscuro. No se ve nada, salvo cuando girás y te parás de frente a la DJ, que toquetea botones en su tablero, como si piloteara un avión, con la cara titilando de lucecitas. Un pibe se acerca con un bamboleante vaso lleno de algo, me agarra del hombro, se inclina para hablarme al oído, pero solo escucho soplidos entrecortados, y que me escupe microscópicas gotitas tibias de cerveza.
¿Todo bien?, le digo, contestación comodín. Y le aprieto el hombro yo también. Lo tengo de frente, se pone a bailar conmigo, y cada tanto se inclina de nuevo y vuelve a emitir una serie de soplidos – microescupidas morse. Cuando los ojos se acomodan a lo oscuro, veo que tiene la cara dura de merca, la mitad izquierda de la boca es un tajo que sube oblicuo por la cara, y lo usa para sorber cerveza por ahí. Me convida, para agradecerle le palmeo el costado de la cintura. No sé qué interpreta él, pero se levanta la remera y baila, tiene un tatuaje, los abdominales marcados y peludos, y se le ve el elástico del bóxer Santino o Americanino. O algo ino. Lo raro es que sigue insistiendo con hablarme, y yo sigo respondiendo con gestos físicos: pulgar arriba, palmadita al hombro, palmadita a la cintura, sonrisa, bamboleo de hombros. Me abraza y hamaca la cintura para que le siga el ritmo. Tiene olor a transpiración, suave. Olor a cigarrillo pero él no fuma. Después va girando, hasta que quedamos los dos mirando al frente, me toma las dos manos, y las entrelaza en su abdomen, y los dedos entran perfecto en las canaletas que tiene. Me dan ganas de reírme. Rasco suavemente con los dedos para que sienta que estoy tocando las canaletas y él tira la cabeza para atrás y me la apoya en el hombro, cierra los ojos y mira el techo. En el cuello, al costado, tiene olor a transpiración suave, pero en la nuca tiene mucho olor a jabón, como si se hubiera enjabonado la nuca especialmente. Le palmeo la cola y me voy a buscar algo para tomar.
No se entiende bien dónde está la barra, o mejor dicho, la barra está en el lugar más oscuro de la casa. Igual ya tengo los ojos acostumbrados y veo bien, en rayos X. Voy a pedir una cerveza, pero como está tan oscuro decido pedir una coca. Pido una coca porque es negra, y nunca tomé algo negro en un lugar tan negro. La primera vez que tomo algo tan en composé. Con el vaso lleno de coca voy al patio y me siento entre las macetas. Está nublado, y la luz baja plateada, en franjas. El pibe con el que bailé viene caminando desde el baño, es más joven de lo que parecía, y la boca torcida le queda bien. Se sienta frente a mí y me toma de las manos. Me agarra la barba y dice algo. Algo con i y con o. Le vuelvo a apretar el hombro. Y vuelve a repetir lo que dijo, riéndose. Lindo, me dice, lindo, y me tironea la barba y me acaricia la mejilla.
Ahi me doy cuenta de que no está duro de merca, sino que es hipoacúsico, o tuvo algún accidente grave que le dañó el habla o algo así. Me siento un reverendo forro. Rebobino media hora y me pregunto si el pibe viene acá porque está oscuro, porque puede bailar sin que lo discriminen, porque no se nota que no puede hablar con otra gente que está dura de merca y tampoco puede. Me siento más forro todavía, pero a esta hora no me sale la corrección política. Se ve que el pibe ve todo esto que pienso reflejado en mi cara, porque asiente con la cabeza y se empieza a reír de nuevo, y levanta el vaso de cerveza, hace que brinda, y fondo blanco, funde a blanco.