Pasó en cuarto año, en la clase de psicología de Graciela Martinez. Según ella en un grupo había distintos tipos de líderes: cabecilla, carismático, jefe, etc. Fue explicando las características de cada tipo, y preguntando cuál de los alumnos del curso cumplía cada función. A medida que avanzaba en la lista se debatía, y había muchos interesados en ocupar los cargos. Cuando llegó al líder jefe, dijo que era un líder que no se imponía, que no disciplinaba a los demás, pero que cuando había algo que consultar se acudía a él, a pedirle su punto de vista, su consejo. Varios levantaron la mano para señalarme a mí, y varios otros acordaron, sí, ese es Christian.
Yo estaba sentado en el primer banco al lado de la ventana. Y me acuerdo bien de ese momento. Tenía la cara llena de acné, me vestía siempre con la misma ropa, usaba una media de cada color, caminaba encorvado, y pensaba que todos los humanos del planeta eran unos idiotas, salvo Charly García. La luz de la mañana entraba por la ventana y quemaba. La profesora Martinez estaba tratando de unir al curso, que había venido fragmentándose desde primer año, a cada año nos separaban y nos rejuntaban con otras divisiones. Teníamos que empezar a juntar plata para el viaje de egresados y nadie tenía muchas ganas: cada uno se juntaba a lo sumo con un grupito de 5 o 6 que hablaba pestes de los demás grupos. Me habló a mí directamente, creo que por primera vez, y me preguntó si yo me sentía líder jefe del curso.
Me hundí en la silla y me puse colorado y dije que no. Que el curso me parecía una porquería. Que a nadie le importaba nadie. Que no había grupo, que eso era una mentira. Más que decirlo, lo escupí, irritado. Ella hizo una pausa y dijo: yo creo que uno siempre tiene que iluminar el lugar en el que está. Qué frase más mersa, pensé, y pensé en contestarle alguna ironía. Pero le dije simplemente: yo no.
Hoy sigo pensando que la frase es mersa. Pero también creo que es verdad. Y trato de vivir de acuerdo a ella. Con algunos hablaré más o menos, estarán más o menos presentes en mi vida, a muchos ni siquiera los conozco personalmente, pero muchos de ustedes me leen, a veces, comentan, pelean, hacen algún chiste, recomiendan algo. Algunos son faros, otros lamparitas de 25 W, otros una dicroica, otros una tira de lucecitas de navidad. Pero siempre, aun en tiempos oscuros, hay que tratar de iluminar el lugar en el que uno está. Para avisar que uno está, y para ayudarnos entre todos a ver un poco mejor.
Bueh, me puse mersa yo también, estiré demasiado esa metáfora y se me enredó el cable del alargue y me va a saltar el disyuntor. La idea, además, era que hoy sea la excepción y ser breve y decir que agradezco a todos los que me leen y de alguna manera me acompañan. Así que ahí va: Feliz día del amigo para todos.