Yo fui uno de los que milité esta palabrita, que para mí refiere a un gusto sexual gourmet, especializado. Con los problemas que tienen otros gustos gourmets: reducen la cantidad de gente interesada, y generan cierto pelotudeo esnob o prepotente. Lo mismo pasa con el sushi o el free jazz o el animé. Empezás picoteando algo, le encontrás el gusto, lo estudiás, lo vas refinando, empezás a distinguir eso que te gusta de las cosas parecidas que ya no te gustan tanto, y empezás a ponerte cada vez más exigente, te aburrís o te irritás con lo que antes más o menos te entretenía.
Eso no es en sí malo, salvo que te deja bastante solo. Y más hoy, donde es fácil encontrar pares virtuales con los que discutir este animé checo de 1956 que viste vos y tres más. Y más hoy, cuando es fácil armar tus propias burbujas de intereses sin interferencias. El siguiente paso, para muchos, es subirse al pony y bardear desde ahí. Si comés sushi acá entonces sos un grasa, si tenés sexo vainilla sos un aburrido, si no tomás merca sos un careta. Hay que especializarse cada vez más y eso te deja cada vez más solo, y se acumula cierto sedimento de frustración, porque cada vez se vuelve más difícil encontrar pares que compartan tus gustos, y el laburo de buscar cientos de personas, y el trabajo de hacer cásting, seleccionarlas, testearlas, y desecharlas se vuelve intrincado y desalentador. Y además el bardeo mutuo que provoca este filtrado cruzado, deja a todo el mundo cascoteado, lastimado. Tengo acá la lente muy enfocada en cierto grupito ínfimo gay urbano, clase media alta, pero en ese tubito de ensayo ínfimo esta tendencia se nota mucho, subrayada en flúo.
Antes era difícil conseguir pareja porque había que sincronizar estos gustos, limar los bordes más filosos y privilegiar los encastres. Pero coger se cogía fácil: alcanzaba con que dos tipos más o menos se gustaran y estuvieran más o menos calientes. Cosa que, como somos tipos, se lograba bastante fácil. Ahora no, el sexo se ramificó en morbos arborizados, y encima “morbo”, en sí, abarca cualquier cosa. Porque “morbo” es algo que está en la frontera con el tabú, y para algunos ese borde de tabú es que le hagan cosquillas mientras comen churros con dulce de leche y para otro que lo ate alguien disfrazado de policía de la SS y que lo queme con la cera de velas La Ranchera. Para uno es una picardía baladí, para otros algo que requiere un presupuesto y una producción de película de James Cameron.
Esto se agrava todavía más, como si esto fuera posible, por esto que voy a enunciar, que quizás sea un lugar común o teoría mía trasnochada. El morbo que tienen los putos por la exclusión misma. Es más o menos así: como a vos te cascotearon (por puto) desde arriba del pony (chongo), cuando lográs esquivar los cascotazos, te subís al pony y buscás cascotes para revolearles a los demás. Así ves a putos que fueron cascoteados por mataputos, pero que son ellos mismos matatravestis. Y ni hablar de los conurbanenses que se mudan a Palermo para bardear al lumpenaje conurbano, los clase media colgados de la cornisa que bardean a los clase media laburante, los electrónicos que bardean a los cumbieros, los electrónicos tecno que bardean a los electrónicos tribal. Puede parecer un chiste, pero juro que estos bardeos existen, son carne de larguísimas parrillas de debate, las tribus van ramificando hasta que la tribu se convierte en vos y tu pantalla de celular esperando que te claven un visto.
A mí me gusta la palabra morbo, y la milité, porque estoy a favor de la intimidad como enchastre, y entiendo la comunicación como esencial y el sexo como pelotero en el que todos nos ponemos en bolas y nos permitimos ser pavotes y ser indignos. El sexo es curiosidad, es ir hacia el otro, es contacto animal pero emocional, es intimidad, es riesgo, y es un bajador de pony. El sexo, por suerte, siempre es un poco ridículo. El puritanismo es la creencia estúpida, imposible de sostener durante más de 15 segundos, de que el sexo no es un juego. El sexo, por suerte, resiste y empuja siempre hacia la berretada. Por eso salva. Te salva si te das cuenta de que sos un pelotudo, cuando hace un ratito te creías mil. Porque no hay nada más peligroso que un pelotudo que se cree mil. Y el sexo, tarde o temprano, es un espejo que te devuelve tu propia berretada, lo que no quiere decir que a veces sea también excelso o espiritual, claro, pero si querés coger y mantener tu dignidad, olvidate, no se puede.
Por eso el morbo, esa palabra que me encanta, debe ir siempre acompañada de esa otra palabra que me encanta: berreta. Todo morbo debe ser pensado como berreta. Se puede armar una burbuja, pelotero, jugar ahí adentro, pero luego hay que reventarla. Es como los pibes cuando juegan al poliladron. Ají morrón, tu serás ladrón, y lo sos, y después a los cinco minutos te llama tu mamá a tomar la leche y ya no lo sos más. Lo mismo con los gustos demasiado gourmets, y con los ponys. Hay cierta tendencia natural a subirse al pony y a creerse mil y desde ahí bardear y excluir. Por eso la acción de pincharse la propia burbuja tiene que ser una militancia diaria, una afirmación que se repite frente a espejos y tostadas, una micromilitancia permanente. Se está haciendo difícil coger, y hasta bailar, porque para coger te hacen el cásting del morbo, y para bailar el de la música, etc. Tanto laburo, tanto trámite infinito está haciendo retroceder a todos hacia la siesta zombie, la cucharita Netflix y el Whatsapp.
Decirte “soy medio pelotudo”, “¿quién carajo soy yo para decirle a alguien qué hacer?”, cambiar de opinión varias veces por día, meterte en lugares y situaciones no para reforzar tus gustos sino para ver qué les gusta a los demás y por qué, consumir gourmet y mezclarlo con chatarra, todo eso sirve, ayuda, y además es entrenido por estimulante, dios nos libre del que hace solo las cosas que le gustan, va solo a boliches que pasan su música favorita, dios nos libre del que tiene las cosas tan claras, y entiende sus preferencias y sus disfrutes como hoja excel y no como collage espasmódico.
No todo lo que hacés, opinás, y disfrutás es un plesbiscito sobre tu yo. Sobre lo cultivado y especial que sos. No tenés que todo el tiempo autoafirmarte contra el mundo opinando / bardeando para dejar claro que sos distinto a los demás. Tu yo no es tan frágil como para desvanecerse si dejás de insistir durante 5 segundos con que esto o aquello es una porquería, y la que va es esta otra cosa. No vivimos más en un mundo monocorde donde desplegar tu plumaje pavorealístico es valentía intrépida.
Que cada uno sea su especialísimo copo de nieve de estructura molecular irrepetible, claro, por eso peleamos y seguimos peleando, pero tratemos de pedalear un cachitín en contra de tanta hiperespecialización gourmet, sobre todo cuando detectás que te la pasás puteando, dejando de salir, prefiriendo no hacerlo. No te conviertas en uno más de la ancha prole de amargos de batería baja pontificando en loop, orbitando alrededor de la titilante soledad.