Zen en el arte de la cortada de rostro

[28 de Julio de 2001, San Francisco, USA]

Hoy me junté con René, mi amigo chileno. Me invitó a su cumpleaños a celebrarse el 4 de agosto. Tomamos café, me entretuvo con sus historias y luego me paseo como bola sin manija por el Castro buscando “accesorios” para su fiesta de cumpleaños. El evento no es moco de pavo, así que en su ataque hiperkinético es un huracán caribeño: que las banderitas chilenas, argentinas y yanquis para clavar en el melón, que quiero comprar chanchitos de goma para regalarle a la gente como souvenir, que las copas de plástico son una rotería, que no tengo plata para 20 copas de vidrio, que quiero comprar un ángel de mármol sin cabeza para el jardín, que linda esa vasija japonesa, que para qué me preocupo por las copas si igual los platos del Mathew son un espanto, que dónde consigo vino chileno que valga la pena, que la barbacoa la hago yo y luego sirvo vino tinto con duraznos y vino blanco con… ¿con qué? ¡Por Dios, con que sirvo el vino blanco!, que le dije a Mathew que no me haga su torta de piña, que se ofendió, que mejor le compro flores así nos reconciliamos.

Termino persiguiendo a René por el Castro cargado con un gran ramo de flores amarillas y contándome detalles de sus nuevos lentes de contacto de color marrón, que lo hacen más latino (?). El, perdido en su mundo donde sólo existen copas de $5.99, ángeles de mármol sin cabeza y chanchitos de cotillón.

Desembocamos en la calle Market. Cada vez que llegamos a la bocacalle hay que esperar infinitamente a que el semáforo cambie. Es un misterio por qué la luz no da paso a los peatones si en todas las direcciones los autos tienen rojo. “Querido” – me interrumpe René, con un tono de “dejá que yo te explico” – “los semáforos en el Castro no tienen nada que ver con el tránsito. Los semáforos acá están diseñados para el levante. Te frenás por el rojo, mirás alrededor y empezás a calcular: Hmm, lindo este chongo pero seguro es pasivo… hmm, aquel está en los huesos pero seguro tiene un pico fabuloso. Calculás, decidís, te lanzás a la calle como la Claudia Schiffer cuando dan paso y reevaluás a tus candidatos en el semáforo de la próxima cuadra”.

Todos los días se aprende algo nuevo.

Al cabo de unas cuadras, René sigue hablando de sus nuevos lentes de contacto marrones (“color miel”, me corrige molesto) que lo hacen más latino y de cómo se tiñió el pelo de rojo y eso lo hace más irlandés (¿no era latino? ¿en qué quedamos?). De pronto veo enfrente mío, a unos metros, a un muchacho que reconozco: esa sensación molesta de reconocer que se trata de alguien conocido y la picazón insopotable de no terminar de cerrar los otros datos esenciales. Está claro que no es amigo, ni ex-amigo, ni transa, ni ex-transa… pero, ¿quién es? ¿Quién cuernos es?

Empiezo a repasar a velocidad relámpago el segundo nivel del árbol de relaciones: la lista de amigos de amigos, de amigos de ex-amigos, de amigos de transas, de amigos de ex-transas… y ahí de pronto lo identifico: es Mark, el amigo de Herman…

Mark está a 5 metros mío, me reconoce, apenas contiene su mueca de horror, agacha la cabeza y murmura algo a la persona que tiene enfrente: Herman. Herman está de espaldas a mí. Mark no esta del todo seguro si yo lo reconocí y titubea. Pasan 3 segundos y yo estoy a punto de pasar caminando enfrente de ambos: Mark de frente a mí, apenas levanta los ojos, me sigue oblicuamente con la mirada pero manda boludo. Herman está de espaldas pero su columna vertebral se tensa y espera con ansiedad que yo pase por al lado y mande boludo también.

No tengo tiempo de pensar. Apenas me desvío de mi camino, voy hacia Herman, le agarro el hombro y se lo aprieto suavemente. No me detengo, sigo caminando. René se frena, piensa que me encontré con un amigo y tiene el reflejo de detenerse para las presentaciones pertinentes, pero yo sigo caminando como si nada.

La filosofía zen postula que en el arte del tiro con arco la única manera de dar en el blanco es cerrando los ojos y dejando que la flecha encuentre su rumbo en los secretos laberintos del aire. Nunca pensé que la misma técnica pudiera ser usada en el arte de cortar el rostro.

No pensar, no planear: de pronto en la calle, de espaldas, el pavote que mandé a la mierda hace un mes y medio. No me ve la cara, pero sabe que estoy ahí. Se pone rígido, está seguro que me voy a hacer el tarado… o quizás frenar y arriesgarme a una conversación “como si nada hubiera pasado”. Pero yo reconcilio los extremos instantáneamente, reúno yin y yang en un vacío primigenio y de la nada desenfundo un gesto absurdo – un apretón amistoso en el hombro – y sigo caminando, porque todo fluye y nunca nos bañamos dos veces en el mismo río.

El gesto fue breve, escalofriante en su perfección. Se clausura a sí mismo, pero eso no quiere decir que sus efectos colaterales no me provoquen deleite: Herman va a pasar un buen rato preguntándole a Mark que cara puse cuando le apreté el hombro, exigiéndole detalles. Herman va a pasar por lo menos algunas horas tratando de decodificar ese apretón: ¿fue amistoso? ¿tierno? ¿sexual? ¿Me arrepentí y por eso busco la reconciliación? Herman va a esperar mi llamado en los proximos días, algo que complete el prólogo iniciado con el apretón. Espero que el almohadón donde siente su colita redonda sea mullidito.

Vuelvo de mi sopor para explicarle apenas a René: “Ese es Herman”. René: “¿Ese? ¡Wow, el es cute!”. Recomienza enseguida su recorrido frenético por la tierra de los ángeles sin cabeza, los lentes de contacto y las tinturas de pelo irlandesas. Media cuadra después se frena en seco, rebobina y sonríe: se da cuenta del aprentón de hombro, de que ese fue Herman, y me mira interrogándome, como si fuera un marciano, tratando de reconciliar lo que acaba de ver con la historia detallada de la ruptura que le conté hace unas semanas. Y ahí cae: “¡Qué turra que estuviste! ¡No lo puedo creer! ¿Dónde aprendiste a ser tan guachita? ¡Vos, nena, te viste todas las novelas de Televisa!”.

Me despido con un abrazo de René y su ramo de flores amarillas y vuelvo a mi sopor. Vuelvo a mi sopor y de pronto todos aquellos emails incadescentes de ida y vuelta con Herman aparecen superfluos. Alcanzaba con cerrar los ojos, levantar el arco, vibrar apenas con la tensión de la cuerda, abandonar la flecha a las tiranía de la gravedad y… dar en el blanco.

Soy feliz.

This Post Has 5 Comments

  1. mino!

    sos un Master.. jejeje estoy fascinado..

    pero contanos el truene.. o algo chabacano!!
    me gusta lo antiguo. .poné más que así aprendo!
    jajaja

  2. Juanzen

    …y la flecha no dio en el blanco, pero se acerco un poco… todo esta bien, no importa, la proxima vez cerrare mas los ojos e intentaré ver mas claramente con la mirada del corazon.
    Hola desde Zaragoza-España, os invito a que dejeis el arco y las flechas un momento, descanseis y contempleis estas fotos zen: http://www.albumdeinstantes.com

  3. Aaron

    Xtan: Genial tu mirada y observaciones. ¿Cuando te inspire, podrías escribir algo del “zoo” de la zona del “Alto”? Sería muy divertido. Abrazo

  4. Rene

    Querido Cris , me haz matado con tu historia , no puedo creer que era o soy ?? como un tormenta tropical cuando siempre he pensado qque soy super coll sudamerican ja,ja ME encantoooooo !!! LOVE IT , y me acuerdo super bien de eses dia , que lo pasaba bien apesar de todos y de todos , lo mejor fue conocer en SF y tener essat amistad que aunque pasen los anos (anios) , espero que seguiremos siendo amigos , gracias por todo tu carino , por los buenos y malos tiempos en San Francisco un besote

  5. César

    Mientras más me dejo caer en tu blog, más me “encanta”. Ya lo debes saber, tu prosa es cautivante y lo más increíble es como llegué a tu blog….. reconociendo tu cara en una foto de perfil de facebook de un contacto de un contacto de un contacto mío, hahahahhahahha más que los benditos 6º de separación de fB, me quedo con que el mundo es un pañuelo (a veces sucio y pegoteado entre sus partes, pero pañuelo al fin y al cabo.
    Abrazos de un fan de tu prosa.

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