Las grandes empresas suelen ser gigantes que proveen un servicio, pero también te pueden complicar horriblemente la vida. Esto me está pasando ahora con Airbnb, un sitio que hasta ahora me había sido muy útil. Resulta que me restringieron la cuenta, y ya hace días que mando emails y llamo por teléfono para averiguar por qué. Al final yo mismo encontré lo que parece ser el problema.
Airbnb permite que alguien que reservó un lugar te “agregue” a su itinerario. De esa manera la persona agregada puede ver las características, fotos, etc, del lugar que alquilaron tus compañeros itinerantes. Pero el problema es que Airbnb no me avisó nunca, por correo, por mensaje, etc, que me habían agregado. Y tengo 5 viajes en mi cuenta que nunca hice, con gente que no conozco. No hay pagos de esas reservas hechos por mí, ni otras cosas sospechosas en mi cuenta. Solo que Airbnb considera que yo estuve en esos viajes. Y parece que en uno de esos viajes hubo algún problema, y por eso me consideran a mí una especie de cómplice.
Si esto es así (estoy esperando desde hace día que lo solucionen, me aclaren las cosas, me pidan disculpas), es un desastre. Y es sumamente peligroso. Perdí ya horas al teléfono, y hasta ahora ni siquiera me dijeron si mi cuenta fue hackeada, mi identidad robada, o esto es un gigantesco error del sistema. Es más, revisando los viajes viejos, veo que también supuestamente estuve en Seúl con cuatro coreanas, en 2017. Además de los supuestos recientes viajes que hice con una pareja gay (que aparecen comiendo una sopa rara, que más que sopa parece un naufragio, y una salchicha clavada en un tenedor, y los dos vestidos con sendos polars beige, frente a una ventana cerrada con cortinas grises pero, por supuesto, mucho más felices que yo y, según las evaluaciones del viaje en el que supuestamente estuve, en Nueva Zelandia, mucho más prolijos y ordenados que yo), y otro viaje a Los Angeles con otros dos chabones de gorrita (y seguramente skate, y seguramente remeras deportivas, y seguramente fans de Green Day).
Así que acá me tienen, peleando David versus Goliat, mientras un fantasma mío recorre no Europa, como en el manifiesto, sino que se atraganta con triglicéridos salchichísticos soperos, duerme en camas marineras pekinesas con coreanas gasoleras, y se tuesta bajo el sol de Malibú, next to you, the sky is blue, con dos pibes fierita del conurbano de Minessotta.
Espero que los dioses olímpicos del capitalismo se apiaden de mí. Y que lo hagan pronto. Y no terminar como en un cuento de Dostoievsky o de Poe, perseguido por un Doppelganger que me susurra alquileres de cuartos al oído, a lo largo del mundo, y que cuando giro para verlo resulta ser una voz en el teléfono, amable, cordial, que dice que me entiende y que se disculpa, pero ellos no pueden hacer nada porque todo transcurre en otro departamento, y se trata de otro equipo de trabajo, y tenga paciencia que ya lo van a contactar, en otra irrealidad trabada y pegajosa y atosigante.