[16 de Octubre de 2000, San Francisco, California. Escrito a los pocos días de mudarme a mi primer habitación alquilada en San Francisco]
No tengo tiempo de poner las cosas en secuencia ni de hilvanar los hechos… asi que ahi van, retazos (al por mayor) de mi vida de los últimos días.
1. Mi habitación
Un colchón inflable a medio inflar, medio recostado contra la pared. En el piso cubitos de telgopor (peanuts” en inglés) de los que se usan en las cajas de mudanza para amortiguar los golpes. Un buzo negro colgado de un gancho en la pared. Un frasco de champú, mi discman, el cargador del celular sobre el escritorio. Una tijera, una tarjeta telefónica usada, destornilladores, tornillos, cotonetes, una valija abierta, mi billetera, cables, cables, cables. Así esta mi habitacion hoy. Me pase el día prometiéndome ordenarla. No lo hice. La habitación es chica (pero el corazón es grande). Una ventana pequeña rectangular da a un pulmón de aire mínimo, por el que no entra aire, pero si los alaridos de la chiquita nicaragüense vecina poseida por el demonio de Shakira-ojos-así acompañada de su flamante karaoké. Los pisos son de madera y hacen chick-chick cuando uno camina: me siento Astroboy. El departamento tiene mejor acústica que el Colón. Si alguien se rasca la rodilla en el departamento del primer piso yo escucho un tronar seco en el segundo. A veces me parece que una manada de jabalíes enloquecidos derribo la puerta de entrada y se apresta a devorarnos: es el vecino de arriba que apresura su marcha a la cocina. Si abrís la canilla de agua caliente en el baño, de pronto un rugido de hipopótamo en celo invade mi dormitorio. Una puerta (seamos generosos y usemos el término puerta) de madera “corrediza” me separa de la habitación principal. Creo que vengo a ser un ropero espacioso para la habitación vecina. El cable de conexión a internet cuelga del conector de la pared y cruza a la otra habitación impidiendo que la puerta se cierre del todo: escucho respirar a Darren cuando duerme.
2. Darren
Ya lo había visto una vez, pero olvidé su nombre. Lo vi cuando vine a pagar el alquiler por adelantado. Apenas me sacudió la mano y desapareció.
Cuando llegué el viernes el departamento estaba vacío. Me tiré en el sofá a mirar televisión. Se hizo tardísimo. Apareció Darren, saludó, ni se sentó y a los pocos minutos lo escuché en su habitación moviendo muebles. Salió (¿a fumar?), volvió. Era tarde, como las 2. Yo ya había convertido el sofá en cama y me aprestaba a dormir.
Darren apareció de repente y se recostó en el otro sofá. Empezamos a charlar: que cómo te llamás, que de dónde sos, que qué hacés. El es yanqui, de Colorado creo. Empezó varias carreras en el college pero no terminó ninguna. Trabaja en algo relacionado con la bolsa. Está claro que es un laburo de mierda: necesitó media hora para explicarlo subrayando axiomáticamente que era un laburo bárbaro.
Habla lento. Yo habia estado curioseando los libros apilados en los estantes: Dostoievsky, Bradbury, Salinger. Eran de él. El diagnóstico fue inmediato: un chico que lee lo que hay que leer.
La charla se prolongó, y no gracias a mí. Darren empezó sentado en el sofá, pero de a poco la gravedad hizo de las suyas… y al rato estaba casi recostado. Sus pies estaban a centímetros de mi cara. El sopor de la noche lo hacía atractivo, la música era un casi un ronroneo inaudible. En un acto de calentura descontrolada le podría haber chupado el pulgar del pie, pero no estaba caliente. La situación era cómica: el hablaba trivialidades y yo lo miraba por entre sus piernas abiertas. Su ingle en primer plano, su cara allá atrás, como si perteneciera a un cuerpo distinto. Me sentía el único espectador en este anfiteatro formado por sus dos piernas, esperando ansioso que empezara la función.
Es lindo pibe, pero parece infantil e inseguro. Necesita hablar y hablar y hablar. Yo me empeñaba en hacer lo mismo. A pesar de que claramente diferíamos en casi todas nuestras opiniones siempre se esforzaba por transformar todas las fricciones en acuerdos tácitos.
¿Darren es gay? No lo sé. Sin decir la frase “soy gay” hice comentarios muy claros para ponerme al descubierto: cómo se maneja el tema en Argentina, cómo se maneja Rutgers en ese tema. No me quedó claro que Darren había cerrado el círculo obvio, así que ya con menos paciencia dije algo así como “porque siendo gay…”, seguido de algún bla bla. Los comentarios se sucedieron, inconexos, para que viera que estaba deliberadamente inclinando el bote, invitando a la confesión y a la comunión, si tal comunión existía. No se dió por aludido.
Se fue a dormir. Yo también. Hoy y ayer pasé casi todo el día en mi habitación sin salir casi. Las pocas veces que lo hice, lo vi vagabundear sin rumbo, buscando charlar, dándome consejos que no necesito.
¿Los libros? No hay nada de Genet. ¿La música? Escucha música de chico de college confundido y enojado.
Un enigma que no tardaré en develar.
3. Yo, Argentino
Conocí dos argentinos en Internet.
Uno es profesor de aerobics. Creo que le caí bien: dijo que llamaría el sábado y no lo hizo. Se llama Luis y conoce a otros rioplatenses (uruguayos y argentinos). Tengo su número.
El segundo estudia en Berkeley, Administracion de Empresas, creo que un masters. Ahí no hay beca que valga y la Universidad es excelente. Conclusión: mamá y papá tienen guita, y bastante. Hablamos por fono. Se aburre, no conoce a gente acá, se maneja en un círculo heterosexual. ¿Dónde iba a bailar en Baires? Ribera, BA News, se divierte más en boliches straight, casi no va a boliches gays. Le pregunté a boca de jarro si sus padres sabían que era gay. No. Muchos amigos tampoco (los que son gays solamente). Se llama Ramiro. Quiere ser empresario de la industria del entretenimiento. Me divertía su discurso: “La gente del espectáculo se divierte muchísimo, son bárbaros… y se divierten así porque tienen la capacidad de reírse de ellos mismos”. Tomá mate.
Resulto agradable en el teléfono. No sé cómo salio el tema de que vi la película “Un argentino en Nueva York” hace poco y el tiró: “Yo estudié teatro un tiempo, no porque quisiera ser actor sino porque quería conocer gente del ambiente artístico… ahí conocí a Natalia y ahora soy su amigo.”
Wow, muñeco bravo.
Al final intercalé de casualidad mi teoría acerca de que “Esperando la carroza” es una película de culto entre la gente gay argentina (y cubana por lo que pude comprobar). Ahí subió varios puntos: es la única película con la que viajó a USA (a pesar de que no la puede ver, es PAL-N). Me recitó como 5 diálogos completos antes de cortar. Me llama en la semana.
4. La gallega
Le tenía que pagar la renta de noviembre y diciembre a la gallega (Marta) por adelantado, para terminar de cerrar el trato y quedarme tranquilo sabiendo que tengo dónde vivir durante los próximos dos meses. Llegué tarde a nuestro encuentro. Al entrar a la casa de departamentos veo entrar detras mío un regimiento de lesbianas: al menos 6. Con el acento gallego cargado no había dudas: eran amigas de Marta. Eran 6 amazonas, con Marta 7. Están de visita en San Francisco y se están quedando con Marta. ¿Dónde dormirán estas mujers? 7 lesbianas barcelonesas, así que tuve que dar 14 besos.
Ruidosas las muchachas. Marta me presentó a la mujer que limpia que justo estaba ahí. Cumple años maniana. Salió Kenny, mi futuro compañero de vivienda, de su habitación. También cumple años mañana. A mí se me escapó: “Mañana también es el cumpleaños de Oscar Wilde”. Apareció una lesbiana de la nada y dijo: “Los librianos son los mejores, ¡Yeaaaaahhh!”. El yeah fue de una ferocidad boxeadora. Se agachó e hizo un gesto de guerrero zulú. Me dio un poco de miedo, no me animé a decir que cumplo años en dos días.
Kenny es negro-americano. Alto, los dientes raros, como sin mucho acuerdo hacia donde apuntar, pero lindo en general, simpático.
Yo saqué el toco de billetes de la mochila, me sentía un capo mafia… apareció Kenny de la nada (todo surge de la nada en ese departamento) y, mientras tres lesbianas contaban mis billetes, me mostró un reloj de mujer: “Trabajo en un hotel, lo encontré hoy”. Se lo mostró a Marta y susurrando le dijo: “Se lo voy a regalar a María (la mucama) para el cumpleaños, no tuve tiempo de envolverlo, pero bueno…” Marta lo miró y le dijo “Sos un dulce” y le dio un beso en la mejilla.
Me fui. Quedé en llamar en la semana. 14 besos más a las lesbianas. No estoy seguro de si eran siete, quizás eran más, todas se veian parecidas con sus gorritos de baseball.
5. El culo
Desatornillando la cubierta de la computadora, desesperado por lograr la conección a Internet que me saque del suplicio de dormir horas interminables en el colchón que se desinfla, 3 de la tarde. Dejo entreabierta la puerta de calle para que circule el aire. Hay un rectángulo mínimo de escalera de entrada que entra en mi campo visual.
De pronto el paisaje rectilíneo de los escalones se interrumpe por la aparición súbita de unas curvas sinuosas que desaparecen en un segundo: un culo. Un culo de hombre.
¿Barriendo la escalera? ¿Para qué?
Me asomo. Un pibe de contextura pequeña barre la escalera, tiene puesto unos pantalones de gimnasia de tela brillante azul. Me quedo varios minutos mirando el temblor mínimo de las nalgas acompañando el zigzag de la escoba. Salgo de mi estado de inducción hipnótica para seguir con la computadora, pero al rato vuelvo a interrumpir la tarea.
Salgo al porch del frente y veo al muchacho sentado de espaldas. La escoba despareció. Me imagino que está fumando y me acerco. Me saluda. Parece pendejo. Hablamos 5 trivialidades. Tiene la forma de hablar del pendejito machito yanqui, parece uno de los Green Day.
Me despido con alguna excusa cortés. Me frena con una pregunta: “¿Cuál es tu nombre?” El se llama Johnny, o sea, Juanito.
Luego agrega: “Soy tu vecino de al lado, si escuchas algo…” Una ambulancia aúlla cerca. No escucho el resto de la frase.
¿Me habrá dicho que si hacen mucho ruido les avise así bajan la música? ¿O que si escucho que están de fiesta me prenda, que soy bienvenido?