[24 de Octubre de 2000, San Francisco, California]
– El bocón ataca de nuevo
Llego a casa cargado de bolsas del supermercado, Darren da vueltas y más vueltas, se nota que intenta calcular el tiempo que tardaré en acomodar mis provisiones en las alacenas y la heladera. Sale y entra de su habitación varias veces, agarra un libro de los estantes, a los cinco minutos vuelve con el libro. lo vuelve a poner en su lugar y acomoda los cds sin prestar demasiada atención. Está claro que está impaciente, que quiere iniciar una conversación; se tira en el sofá y prende la tele con aire despreocupado. Termino de ordenar las cosas amago a meterme en mi cuarto pero Darren apaga la tele inmediatamente, pone música (George Michael, Listen without Prejudice) e inicia una conversación.
Darren me dice que se siente raro en San Francisco. Se queda en silencio. Supongo que debería preguntar algo, pero me callo. Me dice que el es heterosexual (usa la palabra “straight”) pero que a veces reconoce ser un poco femenino y eso lo pone en situaciones “precarias”. La confesión suena artificial. ¿Debería reírme? ¿Afirmar con la cabeza en silencio? ¿Intercalar un �¡Noooo, vos no sos femenino para nadaaaa!�? Me animo apenas a pedirle que me defina �precaria�. Lo intenta pero se enreda enseguida, varias veces, hasta que al final decide ilustrar el concepto con un ejemplo. El otro día volvía de lavar la ropa en el lave-rap y detrás de él, a pocos metros, venía una parejita (chico y chica). Darren frenó en el semáforo de la esquina. La pareja se detuvo centímetros detrás de él y el chico le dijo, al mejor estilo lobo de Caperucita Roja: “¡Qué culito más redondo que tenés!, ¿podemos tocarlo?”. Darren se quedó duro 5 segundos y cuando se quiso acordar tenía una mano femenina en la nalga derecha y una masculina en la izquierda.
Me pregunto que estará diciendo mi cara. ¿Mostrará compasión? ¿asombro? ¿incredulidad? Para esconder la cara me voy a la cocina y me sirvo un vaso de Sprite.
No recuerdo como siguió la conversacion… sólo escuche una pila de pavadas: “tengo muchas amigas mujeres, pero eso me pone en situaciones complicadas, porque luego me enamoro de ellas, especialmente las que tienen novio…” y que patatín y que patatán. Luego prentende darle un aire más intimista a todo y me cuenta con detalle la historia de Chris, esta chica (con nombre unisex, por supuesto) que es su mejor amiga pero que sale con su mejor amigo. Está enamorado de ella, tuvieron sexo una vez, hace tiempo, por accidente. Se arrepiente. O no.
A todo esto ya pasaron Morrissey, James y REM por el stéreo: seminario de música pop gay de los 80. Se lo señalo, riéndome y me dice: “Bueno, hay que reconocer que en música, moda, artes, etc, la gente gay siempre está a la vanguardia… soy el primero en admitir que la gente gay tiene muy buen gusto”.
De nuevo algo suena extraño en esta serie de loas con forceps, en este paseo entre las jaulas del zoológico gay politicamente correcto, en esta visita al museo maricón del buen gusto. Siento que es momento de huir y luego evaluar las consecuencias. Le digo que me tengo que ir a “Esta noche”, el único boliche gay latino de la ciudad.
– Tonight is the night (Esta noche es la noche)
¿10 dólares la entrada? Una locura, no se paga en ningún bar en San Francisco, pero caminé 30 cuadras y son las doce de la noche. Los boliches cierran a las 3 (no tengo tiempo de recurrir a ningún plan B), es sábado, cumplí hoy 30 años. Entro.
Una señal del destino: un drag queen que canta “No llores por mí, Argentina” mientras entro al boliche. Le siguen otros diez transformistas que entonan boleros, rancheras, clásicos del music hall. Me aburro: no conozco las canciones ni las cantantes imitadas, no sigo los chistes, son todos mexicanos. Estoy lejos del escenario, pero no tengo problemas de visión: son todos petisos, y quizás por eso, para fingir altura, nadie se saca el sombrero. La cerveza 5 pesos, están todos locos, igual no importa, me tomo dos o tres, con tal de adormecer un poco los tímpanos.
Al final se van los drag queens gritones y se larga la salsa y el merengue. La gente se larga a bailar, no hay quién los pare, están como poseídos. Los drag queens reaparecen ahora, pero mezclados con el público danzante. El boliche es una mezcla fascinante: mexicanos maricas que miran con cara de mucho tequila y mal humor y transformistas ultra producidos con mucha brillantina y glamour.
Me quedo hasta las 3 de la mañana, vuelvo a casa un poco borracho: soplar el colchón para inflarlo en esas condiciones es una proeza de la que me enorgulleceré mientras viva. Me duermo, sueño con los angelitos y con Speedy Gonzalez.
– El cartero llama dos veces
Dormido escucho golpes en la puerta de mi habitación. ¿Me los imaginé? No, los escucho de nuevo, son de verdad. Pregunto quién es. Es Darren. Me asomo apenas, en calzoncillos. Me pide disculpas, me dice que solo quiere saber como me fue anoche. Le aviso que en 5 minutos me visto y le cuento.
A los diez minutos salgo de mi cuarto y me lo encuentro en el living. No me pregunta por “Esta noche”, pero apenas le cuento se ríe. Y enseguida interrumpe. No le entiendo lo que me dice, no sé si está siendo totalmente incoherente o yo todavía estoy dormido, o qué. Se frena: “¿Entendés lo que quiero decir?”. Me río y le contesto “No entiendo un carajo”. Se pone a elucubrar taciturno, tanteando, como caminando por un campo minado. Al rato la coherencia reaparece y de nuevo es lo mismo: que es medio afeminado bla-bla (no lo es), que las amigas mujeres bla-bla, que estuvo tres años sin tener sexo bla-bla. ¡Uy!, lo interrumpo, y le miento que tengo que encontrarme con un amigo, que me había olvidado. Salgo corriendo, casi tropezando.