Como mi cuenta en gmail es crodriguez@gmail.com, me pasa todo el tiempo que recibo correo no deseado. No del spam típico, sino que me confunden con Carlos, Celia, Clara, Celeste, Cholo, Claudio, Corina, y un lago etcétera. No sé si existe en el mundo una combinación más desaforada que la C en castellano y el apellido Rodriguez. Este email que recibo no es el típico spam publicitario, pesado, sino que tiene un tono personal, le hablan a alguien, comparten con alguien, le piden a alguien. Y ese alguien comparte conmigo algo, aunque más no sea una inicial y un apellido. Ahora se ve que alguien posteó una oferta laboral en un sitio, y puso, por error, mi correo. Así que recibo decenas de correos pidiendo que las y los considere como candidatos a asistente personal. Me encantaría, me haría falta, alguien que se encargue de mis compras, de cocinarme, de ordenar mis libros, de descartar toda esa ropa que acumulé y nunca usé, etc. Si me manda su CV Marie Kondo y me hace precio, capaz que sí.
Como leo mucho, leo también estas cosas que me pasan. Que te lleguen decenas de emails con archivos de Word, y fotos, donde se ve a Michelle, Mario, Guadalupe, Kumiko (que insiste en mandarme el mismo email, aunque ya le dije que no soy yo), Nubia, Marlene, me hace acordar a las veces que estuve de ese lado, pidiendo laburo y sin conseguirlo.
Una en especial, cuando en el 2001 me mudé a San Francisco, porque explotaba de promesas el Sillicon Valley, y yo dejé mi beca y me mudé allá, y conseguí laburo, y de pronto todo se desmoronó. Voltearon las torres gemelas, reventó la burbuja económica, y echaron a todo el mundo de todos lados. Me quedé sin guita, no tenía un mango, así que alquilé lo único barato que conseguí. Me alquilaron un ropero de zapatos. Donde apenas entraba para dormir con un colchón (inflable). Desde ahí hacía refresh de las ofertas de laburo, mandaba enseguida email, y me volvían rebotados porque la casilla ya estaba llena de otros que buscaban laburos desesperados, como yo.
En ese ropero, cumplí años, me acuerdo. El 18 de octubre, estaba solo, sin un mango, apagué la computadora y me recosté en el colchón infable para dormir. Creo que dije puta madre, ya hacía días que no me servía llorar. Y la situación en Argentina, en el 2001, también era horrible. Me quedé mirando el techo, ese cuadrado de oscuridad, y de pronto escuché un chiflido. Y sentí que me hundía, porque claro, lo único que me faltaba era que se me pinchara el colchón, y se me pinchó. Era tan ridículo todo que me agarró un ataque de risa, a carcajadas. Mientras mi espalda bajaba lentamente hasta el piso.