[19 de Octubre de 2000, San Francisco, California, mis ejercicios de escritura automática: escribir a toda velocidad suspendiendo el raciocinio]
botella de coca enana, simpática, 90 60 90, pero no, otra vez salir a buscar el precio del miedo con la cabeza girando como un molino de viento, buscando un clímax de bolsillo, tentáculos de espuma, astrolabio guiado por estrellas de látex, montado en el agua viscosa que fluye hacia atrás. mirá por la ventana, anteojos oscuros, código morse. a ver que pasa con todos aquellos que esperan, aquellos que enchastran sus solapas de miel líquida, sin sur, sin norte. voy a poner proa hacia mi ombligo, construiré una balsa y me iré a naufragar. los párpados pegados, con moco, con engrudo, en el espejo lustrado o con la mirada perdida, en algún lugar. pijamas, la ducha, salir, encender la televisión, empinar el codo verde, fuego, incendio forestal que no se anuncia en tu bosque inguinal, tarantela de los días que se pierden en un aura de ritual de fertilización asistida. retrocedé y dejá tu cofre abierto, para que vengan a buscarte y no te encuentren, para que te desaparezcan, para que te desbusquen, para que te desvean, para que te desextrañen, para que exploten en multicolores guirnaldas los olivos, los olvidos, el campanario de cerezas azuladas, la fiebre que avanza imparable, la raíz seca de la duda, la mandioca del miedo, el espejo del cenit, el frontón del cóccix, la virtud de volver a mirar con los pies desnudos y las rodillas roídas. acampar por fin en la isla desierta de jíbaros vegetarianos que se devoran a los asesinos seriales del aburrimiento con tenedores de bronce y cuchillos de acero inexorable.