Me llevo bien con la cuarentena: laburo, escribo, charlo, vivo. Mezclo bien el deber hacer con el tengo ganas de, y entonces me premio. Muy bien, Christian, la casa está ordenada (aunque no limpia). Genial, chabón, estás gastando menos guita. Sos groso, sabelo, gordo, terminaste de traducir Faulkner. Qué bien, te felicito, hoy cocinaste y armaste tápers para toda la semana. Cada logro lo subrayo con un premio. Un chocolate. Una película. Un kilo de helado. Un ratito en el balcón. Un salir a la verdulería y caminar por la vereda del sol.
Mucho premio, seguido, acompasando el día, la semana, este mes entero de cuarentena. Temporada de premios, yo, artista multipremiado, yendo de la cama al living en una perpetua red carpet. Total los premios siempre son arbitrarios, si te los dan, mejor, y sino, ya vendrá una nueva película. Por ahora pintó por ahí, canchero, expansivo, pilas, and the winner is.
Pero pará, vos salías mucho, eras muy bolichero, caminabas errante imparable por toda la ciudad, cogías. Todo eso no está, y es como un miembro amputado, fantasma. Parece que estuviera pero no está. Pero no me genera angustia, el resto se expandió y ocupó ese espacio vacío y por ahora no está el sindrome de abstinencia, y la nostalgia está asordinada, acolchada.
Eso, al menos, este primer mes. Si me nominan para los Martín Fierro, los Estrella de Mar, la Fiesta Nacional del Lechón.