Me asomo por la ventana y veo todo ese cielo azul y abajo todos esos árboles verdes. Y el agua, entre los árboles, también verde. Es una especie de lago, no limpio, sino barroso, verde. El viento le hace unos masajitos en forma de olitas pastosas. Hay algunos patos que avanzan lento, como si les costara avanzar en el masacote verde, y otros pájaros más grandes que parecen gaviotas, pero seguramente no son.
Entre el lago, que está a unos diez metros, y la ventana, hay una calle empedrada, lateral, casi siempre vacía. Y una hilera de árboles, sauces, supongo, con el follaje que cae en arco cansado, denso, hacia el piso. Me acerco a la ventana para hacer un paneo, para ver qué más hay.
Y es ahí cuando los veo. Hay dos personas metidas entre las ramas colgantes de uno de los sauces, un poco a la derecha en mi campo visual. Son dos personas, pero los veo borrosos entre las ramas, y están muy juntas. Se abrazan, o se besan. Ni siquiera llego a ver si están de frente o los dos mirando en la misma dirección. Pero están juntos, pegados. Me pongo los lentes, pero son los de cerca, asi que los veo más borrosos todavía. Saco la cámara del celular y apunto, pero aunque haga zoom tampoco veo ningún detalle.
Y empiezan a moverse, despacito, apenas. Están cogiendo. De parados. No sé si están mirando hacia donde yo estoy, o están de espaldas, aunque los dos están más o menos en la misma posición, parados. Pero se sacuden, y salvo que estén convulsionando al unísono, o haciendo tap juntos, pegoteados, es que están cogiendo.
Ahora quiero saber si son dos hombres, o un hombre y una mujer. Necesito saber eso. Por unos segundos fantaseo con sumarme, si son dos hombres, o mirar más de cerca, si son un hombre y una mujer. Y además si están teniendo sexo ahí, capaz secretamente eso buscan. Pienso en bajar con una bolsa de supermercado, por la calle, y hacerme el sorprendido al verlos y acercarme. Y después me doy cuenta que la idea es ridícula, absurda, que no estoy dentro de una película porno y que debería volver a trabajar. Hay algo en ese paisaje de cielo bien celeste y de agua verdosa que ahora se cargó eróticamente.
Después de unos minutos volveré a sentarme frente a la laptop para laburar, aunque yo nací para mirar lo que pocos quieren ver, anteojos negros de carey del gordito que fue corriendo a cambiarse los lentes. Pero antes de volver al Excel y su cuadrícula numerada, haré un último intento. Abriré la ventana, que tengo cerrada desde hace días porque tengo el aire acondicionado prendido. Me costará destrabar la ventana, tendré que girar fuerte en pestillo y tironear, con la idea de que capaz que el vidrio me borronea las imágenes y que si miro con los ojos desnudos entonces sí voy a ver bien.
La ventana se abre con un golpe y un tirón, y el aire caliente mojado me cachetea la cara. Y cuando saco el cuerpo y miro veo que los cuerpos siguen pegados y moviéndose rítmicamente, rápido pero cortito. Y al mismo tiempo me doy cuenta de que no veo más que lo que haya había visto, pero sí escucho el graznido, el cotorreo, el chillido, el rasgueo de los animales en un grito entrecortado y en perfecta sincro con el traqueteo.