[Tercera y última parte de la historia que empezó acá y siguió acá. Empecé a escribir con la idea de escribir esto en 15 minutos, pero me colgué y son las 4.30am. Los lectores generosos entonces avisarán si hay errores obvios o harán la vista gorda. Ambas cosas se agradecen.]
– Traé servilletas para secarle la sangre y fijate si podemos pegarle la ceja con la gotita – le dice uno de los de seguridad al otro. – Y llamá a la ambulancia que le van a tener que poner de nuevo el hombro.
Me llevan para allá, para allá es el patio, o sea para el sector fumadores. Primera ironía. Me cago de frío: segunda ironía. Me alcanzan un rollo de papel higiénico para que me seque la sangre: tercera ironía. Miro el cielo hacia el que se elevan las señales de humo del humo de los cigarrillos. Leo los puntos y los guiones del mensaje: j-o-d-e-t-e. A partir de ahora j-o-d-e-t-e, vos solo fuiste atrás del conejo blanco fumador, te ligaste la trompada, merecida o no, te caíste por el agujero de Alicia y ahora se borró todo y solamente brilla la sonrisa del gato de Cheshire, que te va a seguir como una estrella fija toda la noche.
Diego me agarra la mano, la pone entre las suyas. Bajo a tierra, a mi pecho y a mi estómago. Tengo la panza cubierta de pétalos de sangre coagulada. Tomo uno entre los dedos, lo levanto hasta mis ojos como para mirarlo al trasluz, brilla tu diamante loco. Es como una escama roja, de plástico, elástica, es la sangre que me chorreó de la sien.
Pienso boludeces: mi cuerpo produce plástico, no solo carne, sangre y huesos, sino también este cotillón. Hay un capítulo de Sex and the City en el que Charlotte tira pétalos de rosa rojos sobre una cama para prepararla para la noche de bodas. Desfloración, supongo, significa. Yo quiero cubrir mi cama de noche de bodas con estos pétalos de sangre que me salieron de la sien. A Oscar Wilde le encantaría, sí, en serio le encantaría.
Nos vienen a buscar, nos llevan detrás de la barra, me sientan en un banquito. Ya llamamos a la ambulancia. Me miran el tajo en la sien. Hablan entre ellos. ¿Le ponemos la gotita? No, mejor esperá que venga la ambulancia. ¿Te duele? No tanto, pero cada vez más.
Miro a la gente que pide tragos en la barra. Yo para ellos debo ser como un cuadro, como algo colgado en una pared, iluminado con un reflector. Una chica me mira, no entiende al principio, primero ve que estoy en cuero, después ve la sangre. Pone cara de qué cagada, qué te pasó. Es la primera de un sinfín, pagan en la caja, levantan la vista en busca del barman y me ven a mí, en cueros, la maja semidesnuda sangrante, cubierto en escamas rojas de cotillón de carnaval carioca, desflorado.
– Diego, ya pasó más de media hora y esta ambulancia de mierda no viene. Meté la mano en el vaquero, acá, sacá mi billetera y llamá a la ambulancia de OSDE.
Pienso más boludeces: es la mano derecha, ¿cómo me voy a pajear? Escribir puedo con un dedo, pero pajearme con la izquierda nunca pude. Dicen que si te dormís la mano izquierda aplastándola bajo tu muslo y después te pajeás es como si te pajeara la mano de otro. Yo probé, no me sale. Bah, en realidad no me gusta que me pajee la mano de otro, me gusta que me pajee mi mano, mi mano derecha.
– Llegó la ambulancia.
– Ya era hora, pasó como una hora.
Me acompañan hasta la puerta, un patovica de cada lado. Ahora para qué mierda los quiero. Lo único que hacen es llamar la atención, resaltar con amarillo fluorescente al boludo que avanzan encorvado y sosteniéndose encorvado, sonriendo, agachando la cabeza, como Britney Spears saliendo de rehab. En la vereda hay una cola de gente que espera para entrar. Me miran, los de atrás se asoman, la línea se tuerce, se curva. No comments, thank you. Me apoyo en Diego para subir a la ambulancia. Esto me gusta, el teatro, eso de apoyarme en otro para subir, como si solo no pudiera.
– Contame qué te pasó – dice la enfermera. A través del vidrio se ve a otro enfermero sentado al volante.
– Me agarré a piñas.
– ¿Por qué te peleaste?
– Me dijeron gordo – prefiero esta versión abreviada, es más estúpida, es mejor. La enfermera se ríe.
– Bueno, yo no te voy a decir gordo, no te preocupes. ¿Cómo te digo?
Pienso “papi”, pero digo:
– Señor. O señorito, no estoy casado.
– Okay, ¿dónde te llevamos?
– No sé, tengo OSDE.
Diego acaba de subir a la ambulancia. La enfermera lo mira.
– Es mi amigo, está conmigo.
Digo amigo, o mejor dicho “amigo”, cuando debería haber dicho novio. Tarea para el hogar: revisar niveles de homofobia internalizada y vigilar su reaparición esporádica en momentos como éste.
– Vamos al Alemán – dice Diego.
– ¿Qué plan tenés? – pregunta la enfermera.
– 210, Diego, dale la credencial.
– Decime vos dónde querés que te llevemos, donde te quede más conveniente, más cerca de tu casa, ¿dónde vivís?
– Bulnes y Santa Fé.
– Vamos a la Bazterrica – sugiere Diego. – Ahí hay guardia de traumatología.
La enfermera me mira buscando aprobación. Yo asiento con la cabeza. El conductor habla por handy, pero no nos movemos.
– ¿Qué pasa?
– OSDE se comunica con la clínica y nos llama para autorizarnos. Si no hay cama ahí nos van a mandar a otro lado.
– ¿Para qué cama si me van a poner la gotita y me van a poner el brazo y listo?
– Pero por las dudas que haya que internarte, por cualquier cosa.
La puta que lo parió. Intento recostarme en la camilla. Un poco más de teatro. La puntada en el estómago me lo impide. Miro el reloj, ya esperamos más de 20 minutos.
– Me está empezando a doler mucho el brazo y me dan ganas de vomitar – hasta los enfermeros odian limpiar el vómito de la ambulancia. – Vamos para la Bazterrica, si vamos seguro nos aceptan.
La ambulancia se pone en marcha (sin sirena, una lástima) y las ganas de vomitar llegan solas. Tengo que distraerme: me acuerdo de la última vez que vomité. En San Francisco, en el 2002. Tomé un quemador de grasas. Bajé biónicamente de peso, en un mes como quince kilos. Me subía a la cinta, ponía velocidad paseo por la pradera y en cinco minutos estaba chapoteando en un charco de sudor. Al mes me desperté con un dolor de alien el octavo pasajero en el estómago. Me llevaron de urgencia a un hospital. Me hicieron firmar como 30 formularios, y después me preguntaron 20 preguntas que tuve que contestar en una escala del 1 al 10 (1 muy leve, 10 gravísimo). Dije todos 6 y 7. En intensidad del dolor dije 8. Me dejaron sentado en una cama media hora. Avisé que me sentía mal, que iba a vomitar. Las enfermeras se movían con parsimonia. Vomité con potencia, consistencia y color Linda Blair. A las enfermeras no les divierte limpiar el vómito. Esa noche me enchufaron a la morfina y me dieron un pulsador. Casi no lo usé, tenía miedo de que la enfermera que tuvo que limpiar el vómito planeara envenenarme con el suero.
Llegamos a la Bazterrica. Nos admiten. Reconozco estas puertas de vidrio, yo acá ya estuve. Reconozco esa salida lateral. Acá se murió mi tío. Me acuerdo de mi vieja en el teléfono: tu tío se murió por mala praxis, Christian. Es la sonrisa de Cheshire, la suma de todos los miedos y de todas las ironías, lo que me merezco, la sonrisa de Cheshire como una estrella de Belén guiando a la ambulancia hasta acá. Yo frente al cadáver de mi tío y después mi vieja pidiéndome que yo vaya en la ambulancia, tiene que ir un pariente, Christian y yo no puedo. La ambulancia por Rivadavia a toda velocidad, esquivando pozos, algunos no todos, el cadáver de mi tío que me imagino, salta como yo en el asiento, pero recostado, atado con cinturones a la camilla. Otra vez acá, jodete, Christian.
Una hilera de puertas abiertas, los consultorios vacíos, nadie. Alguien: una mujer que limpia el piso con un trapo húmedo. La enfermera con un formulario en la mano.
– El dolor me está matando ahora. Por favor conseguí a alguien – le digo.
Va hasta el fondo del pasillo.
– Ya vienen.
El que viene es un pibe joven, de pelo negro. Tiene el pelo torcido, y los ojos chicos, estaba durmiendo, lo acaban de despertar.
– ¿Qué pasó?
– Fue en un boliche, un tipo me digo gordo, le pegué una piña, me la devolvió, me caí contra un sillón, él me trató de defender, el tipo se nos vino encima, se me cayeron los dos encima y ahí me saqué el brazo de lugar – elijo la versión rápida, quiero que me acomode el brazo ya mismo.
– Okay, vamos a sacar una radiografía.
– ¿No me podés acomodar el brazo primero? Me está matando.
– No, primero hay que hacer una radiografía para ver bien qué pasó. Mientras te hacen la radiografía abajo voy a buscar alguien para que te cosa la ceja.
Los rayos X están en el subsuelo. No hay nadie, nadie atiende la puerta. Debe estar dormido este también, la puta que los parió. Diego intenta abrir pero está trabada la puerta. Lo único que se escucha es el parloteo de un televisor colgado del techo. Abrazo a Diego.
– ¿Estás bien?
– Sí, pero esta mierda me está empezando a doler mal.
– Quedate acá que voy a ver si encuentro a alguien.
Pienso: nunca me operaron de nada. Casi nunca me enfermo. Esta es mi cuarta visita a una sala de emergencias. A los 8 años: me caí de trompa al piso balanceándome entre dos sillas: tres puntos en la pera. En New Jersey, salí apurado de mi departamento, patiné en el hielo negro y me quebré astillé el codo. En San Francisco, el problema intestinal, la morfina, la desaparición mágica de los síntomas al día siguiente. Ahora esto. Cuatro boludeces es muy poco, si algo grave me pasa no voy a estar preparado mentalmente para tolerarlo. Ya debería tener alguna operación con anestesia total, por lo menos.
Diego vuelve con un médico. El tipo golpea la puerta bien fuerte, abre con una llave, cierra la puerta tras él. A los pocos minutos aparece otro médico con cara de dormido. Le muestro la orden de radiografía. Me acomoda frente a la placa.
– No es ese brazo, es el otro – interviene Diego. Yo ya estoy tarado por el dolor que cada vez crece más, que se va formando adentro mío como una ola.
– Quedate quieto, no respires. Listo. Esperá afuera que ya te doy la radiografía y se la llevás al doctor.
Salimos.
– Qué tipos pelotudos… están todos dormidos. Te iba a sacar la radiografía del otro brazo…
El médico abre la puerta y nos da la radiografía. Subimos. El otro médico zombie la observa contra la luz.
– Guau, se te salió enterito el brazo. Okay, recostate en la camilla. Acá tu amigo me va a tener que ayudar. ¿Te animás?
– Sí, no hay problema.
Me recuesto. El médico enrolla una sábana, la pasa por debajo de mi axila.
– Vos sostené esto bien firme – le dice a Diego.
El tipo se acomoda al costado de la camilla y me agarra la mano.
– Esperá – lo interrumpo. – Explicame qué vas a hacer – qué tipo más pelotudo.
– Okay, yo voy a tirar hacia acá y voy a hacer girar de a poco el brazo y tu amigo va a tirar del otro lado. Te va a doler, pero te la tenés que aguantar. Si te duele mucho, avisame.
– Todo bien. Ahora me está doliendo un montón, dudo que me duela más todavía.
Se acomoda, me agarra la mano, de a poco va tirando hacia él, cada vez con más fuerza. Siento alivio.
– ¿Te duele?
– No, vos dale, no duele para nada.
Comienza a girar el brazo como la aguja de un reloj, las 6, las 7, las 8… Crac. El hombro se acomoda, el dolor se desvanece.
– ¡Bien! Perfecto. ¿Te duele?
– No, se me fue todo el dolor ahora.
– Okay, pero mantené la mano acá. Justo está el cirujano plástico acá, así que te va a coser él.
Miro los tubos fluorescentes del techo. Me acuerdo de cuando me corté la pera. Estaba aterrado porque pensé que me iban a coser con una máquina de coser. Me veía apoyando la pera en la máquina Singer que mi vieja tenía olvidada en el galpón. Veía a una enfermera de uñas largas y cara de bruja, pedaleando frenéticamente en la máquina e insistiendo en otra pasada, para que quede bien el dobladillo de mi mentón.
– Okay, te voy a inyectar algo en la ceja que te a va arder. No te va a doler, pero te va a arder.
Me dan impresión las agujas últimamente, antes no. Me desmayo si me sacan sangre últimamente, antes no. Me ponen un plástico que me tapa la cara, por suerte. Siento que alguien me está prendiendo fuego la ceja con un encendedor. El médico que me acomodó el brazo y el que me cose hablan entre ellos. Escucho frases sueltas: sí, se le salió todo el líquido de la cadera, yo le dije que no puedo autorizarle una estética por eso. Pero ya la otra vez había venido con un corte inguinal. Trato de pensar en otra cosa, no puedo.
– Bueno, te quedó bárbaro. El corte está justo debajo de la ceja, así que no se te va a notar la cicatriz.
– Muchas gracias.
Le doy la mano.
– Ahora mi amigo acá te va a poner el yeso.
– ¿Como yeso? Ya no me duele, ya se me acomodó.
– Pero tenemos que inmovilizar el brazo sí o sí.
– ¿Y no hay otra manera que no sea yeso?
– Ahora no, es sábado. Yo te pongo el yeso ahora. En unos días venís para una revisión y te ponemos un cabestrillo tipo Vietnam.
¿Vietnam? Eso me da más miedo que el yeso. Me mandan de nuevo abajo para que me saque otra radiografía, para verificar que el brazo quedó bien colocado. Bajo las escaleras, golpeo la puerta, el zombie me hace pasar, no repires, listo, esperá afuera, acá está, llevásela al doctor arriba, listo, gracias, chau, volvé al sarcófago, zombie. Es espeluznante to be alone at night, es espeluznante, zombie.
El zombie de arriba mira la radiografía al trasluz y sonríe satisfecho. Aparece una enfermera (por un segundo me parece que es la misma mujer que hace un rato pasaba el trapo de piso, que se cambió de ropa). Me recorta con la tijera los jirones de remera.
– ¿La querés guardar de souvenir?
– No, tirala.
– Okay, ahora levantá el brazo y quedate quieto. Decime si te aprieta demasiado.
Empieza a envolverme en una venda, del hombro derecho hacia el lado izquierdo de mi torso pasando por debajo de la axila.
– Esperá un segundo, ¿así va? ¿Me tenés que inmovilizar todo el brazo derecho, no podés solamente trabarme el hombro?
– No, macho, es así el yeso.
– ¿Y cómo hago para laburar? No puedo hacer nada así…
Se sonríe.
– Jodete.
Tiene razón: J-o-d-e-t-e, Christian.
– Ahora quedate quieto. ¿Está frío?
– No, todo bien.
– En cinco minutos se seca y ya te podés mover.
Esto no es un yeso. Es un chaleco de fuerza, acabo de darme cuenta. Me traba el hombro y el único brazo útil. La mano derecha asoma apenas del yeso a la altura de mi ombligo, como un yuyo entre las baldosas. Ya me está empezando a picar.
Salimos a la calle. Estoy en cuero. Coronel Díaz, 7 de la mañana, no tengo sueño. Paramos un taxi, el taxista se baja del auto para ayudar. No necesito ayuda, con Diego alcanza, pero el gesto gratuito me calma.
Lo primero que quiero hacer cuando entro a mi departamento es bañarme, pero no puedo.
– No podés – me dice Diego.
– No me voy a bancar sin bañarme, el lunes me compró ese coso que dijo el médico y voy a que me lo pongan. ¿Cómo se llama?
– Vietnam.
Pienso: cuánto horror, Marlon.
– ¿Qué querés hacer, tenés sueño?
– No tengo sueño, pero igual voy a tratar de dormir.
Diego me ayuda a quitarme la ropa. Como tengo que mover todo el torso a la vez, tengo que calcular la distancia justa a la almohada, sentarme y dejarme caer. Diego intenta ayudarme. Yo puedo solo, a ver, dejame. Me dejo caer. Quedé un poco más abajo pero con unos movimientos reptiles me acomodo. Apagamos la luz. Diego se duerme boca arriba, el vals de su respiración. Yo miro el techo. Siento que estoy aplastado contra la cama, que tengo un pie que me aplasta el pecho. Se me duerme el brazo. Siento la espalda apoyada contra el yeso. Intento ponerme de costado, tomo envión, pero no, me aplasto todo el brazo, no puedo. Vuelvo a ponerme boca arriba.
Pienso: esta carne acá. Esta respiración que ahora mueve esta pared de yeso. Me voy a ahogar. Esta carne que se abre tan fácil, que se rompe tan fácil. Estos huesos que descarrilan. La suerte de seguir, de poder pensar y escribir, afuera del dolor y de la tristeza. Pero no para todos.
Pienso: toda esta historia ni siquiera me sirve para un post en el blog.
Pienso: todo ese dolor en todos esos hospitales, todas esas personas que se rompen todos los días. Y no tener quién te seque la sangre o te acomode los huesos. Estar tan cerca de tu propia carne lastimada. Pablo, 1996: “A Fabián lo diagnosticaron un martes, me acuerdo, yo me hice el análisis enseguida y me enteré que estaba infectado una semana después. El estaba en un estado avanzado de la enfermedad, murió a los seis meses. Lo peor fue que su familia se enteró que era gay y que tenía SIDA, todo junto. Me culparon a mí. Me quedé en la calle porque el departamento estaba a nombre de él. No me dejaron seguir viéndolo, ni siquiera pude estar en el velorio”.
Pienso: el derecho a formar una familia, a casarnos, a que se nos reconozca como iguales, a elegir al que nos cuide, el que está, el que nos va a sostener.
Me pongo a llorar en silencio. El yeso me aprieta el pecho. Salgo de la cama, camino por el dormitorio a oscuras. Me siento en la cama y estoy cada vez peor. Estoy llorando con mocos y palabras, como un chico. Diego se despierta, se sienta conmigo en el borde de la cama y me abraza.
– ¿Qué pasa?
– Que soy un pelotudo.
– Ya va a pasar.
– Tengo que calmarme un poco, no me puedo estar cagando a palos con todo el mundo. Mirá ahora este yeso de mierda. No puedo dormir, no puedo respirar.
– Shhh, ya se te va a pasar.
Apoyo la cabeza en su hombro. Le paso el brazo derecho por la cintura para abrazarlo. Tiene la pija al palo.
– ¿Qué onda con la pija parada?
– ¿Qué querés que haga?
– No seas desubicado.
– ¿Desubicado?
– Sí, desubicado. Estoy en pleno ataque de nervios y vos con la pija parada. ¿Estabas dormido con la pija parada o se te paró ahora?
– Se me paró recién.
– Entonces sos un desubicado.
– Bueno, ¿qué querés que haga? Estás así todo vulnerable…
– Sos un pelotudo. A dormir, ya mismo.
Nos dormimos y al día siguiente es domingo. Diego se queda todo el día en casa, ayudándome. Se queda también el lunes, que es feriado. El martes va a trabajar, pero a la noche viene y se queda a dormir. Salvo cuando nos fuimos de vacaciones, es la primera vez que se queda tantos días seguidos. El miércoles finalmente me quedo solo, ya se me fue la paranoia, estoy tranquilo, ya aprendí a manejarme con la mano izquierda.
Los papeles de la clínica quedaron sobre la mesa ratona. Los reviso. Miro las radiografías, las recetas. En el fondo de un sobre de papel hay una orden firmada. Es la firma de Diego. Debajo de la firma, en la misma letra y entre paréntesis, dice “pariente”.
FIN
Es muy linda la historia, Xtian. Ya no la veo como post, más bien como cuento.
Apuntes como el viaje en ambulancia y tu tío, o la enfermera Singer, o la reflexión final, tumbado en la cama, hacen que sueñe con ver esto impreso entre dos tapas de libro.
Bien, tardaste más que un cometa para poner la tercera, pero bien.
Abrazo,
José.
Muy lindo el relato.
El final simplemente me mató.
Qué buenos son tus finales Xtian.
Saludos desde Rosario, cuna de la Bandera Argentina
“Pariente”! Buenísimo!
Yo no sé si lo llamaría “homofobia internalizada”. En situaciones así es más como un mecanismo de defensa básico. Es como que estás en una situación de mierda y querés reducir al máximo las chances de empeorarla, nada más.
Vuelvo a comentar porque me quedó algo dando vueltas por la cabeza, y la verdad el comentario anterior nada más decía “qué lindo”.
Mi inquietud es:
¿Porqué lo trataste a Diego de desubicado cuando se le paró la pija?
Esas cosas no se manejan a nivel conciente, el pito se pone duro cuando se le da la gana.
Además, supongo que todo lo que pasó lo movilizó emotivamente y quizás eso le provocó excitación.
Así como fue fuerte para vos tenerlo al lado en toda la odisea que te tocó vivir, también lo debe haber sido para él, habrá tenido preocupaciones, broncas, etc.
Y al final vos lo retás porque se erectó cuando te abrazaba!!! Me dio esa impresión.
Saludos nuevamente. Rosarioso
Me encantó. Me hiciste reir con lo de la Singer. Me emocionaste, ¿qué más puedo pedir para hoy?
Un abrazo.
p.d.: (sólo encontré esto: “un tipo me digo gordo” pero shhh)
Sos el típico argentino promedio. Si lo ilícito “te cabe” no decís nada (como los “gatos” que yiran en los boliches, con el obvio control de sus dueños. ¿¿¿Alguien cree que los taxis que yiran en los pubs son “cuentapropistas”???). No ví en ningún post que le dijeras al dueño o al encargado “Sr. Encargado, no está bien que sus muchachos ejerzan la prostitución en este local. Déme el libro de quejas o devuélvame la entrada!”.
Tampoco que te quejes de que te hayas quejado alguna vez porque en esos lugares le vendan alcohol a menores (y sabido es que los hay). No leí que alguna vez hayas dicho “Señor, eche a ese menor, deme el libro de quejas y ponga una matiné, o devuélvame la entrada”.
Nunca hay que tirar la primera piedra.
Otra cosa que me desagradó mucho (no sólo de vos), es el calificativo constante: que el gordo, que el fumador, que el violento, que la maricona, etc. No es hora de madurar?
Saludos
Xoxo
PD: El blog, en líneas generales, me gusta.Es muy bueno (aunque tenés serios problemas de ira descontrolada).
Te juro que senti cada sintoma que sentiste vos, hasta se me revolvio el estomago del dolor tambien!, creo que causar ese tipo de sensaciones en un lector te hace ser un buen escritor.
Me mato la linea “pariente”
Saludos!
el final del post lo leí con una media sonrisa, sí, esa, la irónica; la q para el Xtian del post significaría “tomá, ni siquiera te lo viste venir, siempre estuvo y está contigo.”
Muy bueno. La tercera entrega se hizo esperar pero valió la pena.
Me gustan las acotaciones como quien no quiere la cosa,
pero que pegan bajo, sin que te des cuenta.
Gracias por compartir esto. Un saludo.
Natalia
Me faltó la parte hot, en ese hospital. Me recordó una oportunidad que habiendo chocado, llegué a la Clinica con sangre y vidrios. Entonces el enfermero (o asistente de), luego de los examenes de rigor recomendó que me dieran un baño, para sacarme las esquirlas del parabrisas que mi cabeza había roto. Yo entre confundido e incomodo que me bañaran como un niño, en una baño que no era el de mi casa. Cuento corto, el enmfermero aquel (o asesitente de), junto con preocuparse de retirar cuidadosamente los restos de parabrisas de mi cuero cabelludo, se precocupó de consolar a mi amigo de abajo, que no habia tenido ninguna consecuencia del choque. Por eso, creo que fuiste injusto con Diego, especialmente su pija parada, mala que mal, se maneja independiente y reacciona cuando menos se lo espera uno. Felñicitaciones, tus escritos son maravillosos, especielmente esos cierres de antología.
Groso.
Siempre me doy una vuelta por este blog, me resulta muy interesante. Y me deja pensando…
Lo mejor tuyo son las descripciones de los ambientes sicológicos, eso debe ser lo que me hace volver siempre.
Y esto de:
“Dicen que si te dormís la mano izquierda aplastándola bajo tu muslo y después te pajeás es como si te pajeara la mano de otro.”
Uds, los hombres son lo máximo!
Y claro que le habría dado un chancletazo a mi Diego si sale con esa de que se le pare cuando yo me siento como la mierda…
Podría escribir una hora sobre este relato, pero no te preocupes no lo haré. Solo te digo que no es solo la historia y su final, sino todo, todo lo que cuenta lo que lo hace inolvidable.
Bien.
Xtian: Noté un prejuicio en el relato. La “enfermera” de la ambulancia, obviamente es médica. Un tipo como vos sabe qe las ambulancias siempre tienen un médico arriba. ¿Una mujer? y si…
El técnico radiólogo obviamente no es médico. Es un técnico que apreta un botón.
¿Si es hombre es universitario?
Seb: creo que te equivocás en el “un tipo como vos”. En algunos aspectos hago generalizaciones inexactas, no por culpa del prejuicio, sino de la fiaca o la generalización. Y en el caso de un relato, algunas veces elijo transmitir lo que pensé con las palabras que lo pensé. En este caso, si hubiera aparecido un tipo en la ambulancia, hubiera dicho “el enfermero”, así que lo mío no es prejuicio de género. Es simplemente que no me tomo muy en serio a la gente de las ambulancias, y algo de razón tengo. Esta “médica” aun viendo el corte, no quiso tocar mi herida en la ceja, y en cuanto al brazo, tampoco hizo nada. Ni siquiera me revisó, solamente me tomó los datos y llamó usando el handy.
En cuanto al técnico que me sacó la radiografía, tenés razón, es técnico, seguramente, y no médico. Pero ahí ya empezó a jugar otra cosa, creo, y es que en ese momento ya me sentía vulnerable, un cacho de carne a merced de estas figuras misteriosas, medio dormidas y fantasmagóricas, que llamé, por falta de mejor nombre, “médicos”.
Creo, sinceramente, que sacrifiqué, instintivamente, exactitud “factual”, por exactitud psicológica, y esas palabras son las que circulaban, mal que bien en mi cabeza, porque el relato está pasando enteramente en mi cabeza.
Gracias Xtian, valen las explicaciones. Muy bueno el relato, a veces decirlo me parece redundante.
Lo de la Singer me dió tanta ternura que se me escapó en voz alta un “mi amooooooooor”
Qué bueno es haberte encontrado, de casualidad, buscando información sobre otra cosa.
Te leí, te agregué a mis favoritos para ir leyendo de a poco. Así me gusta la buena lectura, de a poco, disfrutarla..
Me gustó muchisimo el relato, pero me mató el final! Realmente excelente,
Gracias Xtian!!!
Lore
Me mató el cambio de registro del final. La tristeza, el llanto con mocos, y de pronto el reto a Diego, lo tratas de desubicado por que se le paró la pija… Casi se me caian las lágrimas con tu relato, y de pronto … ¡lloraba de la risa! Que bueno haberte reencontrado ( desde El Paquistani te habia perdido el hilo).
Fer
Ah, che, y todo bien, pero … ¡yo soy médico de ambulancias!
Fer
Xtian, ya llevo leídos varios de tus posts (espero nunca tener que pronunciar la palabra “posts” porque la lengua se me queda travada en el paladar), y la verdad que me encanta lo que leo, la manera que tenes de contar un hecho cotidiano o un momento de tu vida. Lo haces de una manera tan visual, que es imposible no verte ahí, viviendo eso que contás. Me gustaría poder hacerte un comment quizás mas elavorado (llámese algo que esté acorde a los posteos que leo), pero prefiero hacerlo de la manera que le diría a un amigo que algo que hizo él me gustó: Boludo tu blog es buenísimo por demás! es genial!.
Al ver los últimos comments que aparecen en la página de inicio, veo que la mayoría son míos. Mirá que no soy un maldito admirador psicópata que te va a matar de un tiro en la puerta de tu casa, es simplemente que hace poco que descubrí tu espacio. Lo aclaro por las dudas (igual no tengo tu dirección, ouch! tengo que conseguirla – eso lo escribí o lo pensé??).
Un abrazo