Me cuesta dormirme, no me duermo, y de pronto son ya las 6 de la mañana. Decido entonces salir a caminar por las distintas playas de Buzios, caminando, antes de que pegue el sol del mediodía. Pasó por un par, avanzo, camino, subo la cuesta, transpiro, bajo la cuesta, y finalmente llego a Joao Fernandes. Ahí si me quedo. Saco mi manta de la mochila, y busco un lugar donde todavía hay algo de sombra, casi al fondo.
Hay dos bares que dan a la playa, y ya están acomodando algunas reposeras y sombrillas, pero entre medio de ambos bares hay una escalera, y algo de espacio en la arena. Me siento mirando el mar, el cielo, y el tiempo se ralentiza, así que en las dos horas que siguen pasa más o menos esto.
Llegan dos parejitas, se acomodan también en el mismo sector que el mío, Y ellas se dedican un largo rato a sacarse fotos como si fueran modelos de tapa. Sacan culo, tetas, se acomodan el pareo para acá y para allá. Pegan un salto vivaracho, varias veces, que la otra capta para el instagram. Cada una le saca a la otra una foto oteando el horizonte.
Llega también un grupito de pibes, brasileños, que se ponen a jugar con una pelota a unos 10 metros. Pero con tanta puntería que un pelotazo le pega en el brazo a la chica que otea el horizonte. Se disculpan profusamente, el novio se levanta de la reposera para intervenir, pero todo por suerte se disipa. A partir de ese momento la chica se mirará el brazo esperando un moretón, pero no aparece.
Hay dos señores argentinos, preocupados por su situación territorial. Se preocupan porque el lugar que ocupamos seguramente es privado, y se turnan para que nadie usurpe el endeble territorio conquistado. Uno de ellos hace continuas excursiones al agua, y vuelve siempre diciendo que el agua está bárbara.
Aparece un pibe, empleado del bar, que empieza a plantar reposeras y sombrillas en línea recta frene a nosotros, y nos va dejando encerrados. Los damnificados somos las dos parejitas (con la chica que le pegaron el pelotazo) y los dos señores preocupados (ahora con razón) por el avance del pibe que nos rodea y nos encierra, y porque de a poco la playa se va llenando de gente. Y muchos de ellos son brasileros, y tienen una concepción del espacio compartido distinto. Por ejemplo, ahora llega un grupo de unos diez que aunque hay todavía algo de espacio, colocan sus sillas y mantas casi encima mío. Y los dos señores, que se descuidaron unos minutos, directamente tienen que mover sus mantas bastante más allá.
Finalmente uno de los señores se acerca al pibe de las reposeras y pregunta si este lugar es privado. Los dos hablan en argentino, porque Buzios es casi territorio argentino. Si alguna potencia extranjera bombardeara la Joao Fernandes, el gobierno argentino se vería forzado a declarar la guerra, estoy seguro. El pibe le dice que no hay problema, que no es privado, pero sigue igual plantando reposeras y sombrillas. Yo, que estaba muy tranquilo mirando el cielo y el mar, ahora veo la lona de una reposera que me puso a escasos 80 centímetros.
Casi estoy dispuesto a empecinarse y a resistir, pero no, finalmente agarro mis cosas y me voy, pero lo que me decide es otro curioso evento.
Aparecen una familia entusiasta del snorkel. Son el padre y la madre, y una nena y un nene, todos argentinos que, ellos sí, se acomodan en las reposeras y son los únicos dispuestos a gastar algo de guita entre este grupete de pelagatos. Distribuyen sus cosas en la arena, se sacan las remeras, y le piden al pibe del bar que les traigan un agua y un jugo.
Es entonces que uno de los señores argentinos preocupados encara al pibe del bar para comentarle algo. Y yo aguzo el oído. Escucho pedacitos de la conversación: “así es la gente” dice el pibe del bar, “no me parece bien”, dice el señor preocupado, que está mojado y acaba de salir del mar.
La familia ya está lista para empezar con el snorkel, y sacan los elementos de un bolso, revolean las ojotas, y la nena y el nene pegan unos saltitos entusiastas. Pero debaten acerca de dónde deberían ingresar al agua, dónde será el sector más propicio, donde estárn los pececitos.
Finalmente logro armar la conversación. El señor mojado dice que se metió en el agua y que alguien estuvo cagando. Y el pibe del bar le pregunta si está seguro. Y el tipo afirma que sí, que claro, como diciendo mirá si no voy a saber distinguir lo que es caca. El pibe del bar dice y sí, alguna gente es así. Y pregunta dónde es que lo vio. Y el señor, muy enfáticamente, señala unas olitas a unos 5 metros hacia la izquierda. Y señala enfáticamente otra vez, moviendo el brazo como para marcar bien el sector.
Es entonces cuando la mujer de la familia ve el gesto del señor, y pensando que está señalando el lugar propicio para el buceo, se acomoda la visera, el tubo para respirar, y le indica al resto de la familia que la siga, y se meten todos, amuchados, en el mar.