Interruptus

[28 de noviembre de 2002, 6 AM, NYC, New York, y otra noche insomne]

5.01 am de la maniana. La casa a oscuras, apenas el resplandor de la laptop que infla una burbuja de luz en la que tipeo, insomne. Afuera está New York; se escuchan los rugidos de los camiones de basura arrastrándose torpes.

Los hechos: día de acción de gracias y estoy de visita en la casa de Martín y Andrés. Un colchón tirado en el living, los mellizos duermen, también Martín y Andrés, yo no.

Así estoy, la Mac se cuelga en el chat, las noticias me fatigan los ojos, escribo una vez más, una forma de masajearme las sienes, de hipnotizarme para caer dormido de una vez.

El otro día crucé Manhattan a las 4 de la mañana: de la calle 20 y 7ma avenida a Penn Station. La ciudad ausente, esos raros momentos en los que New York no es New York y la gente no es gente sino insectos, hormigas aturdidas porque alguien les pateó el hormiguero. El New York de taxi driver de Scorsese todavía esta ahí: los camiones pasan, los conductores sonámbulos te miran cómplices, un código secreto de miradas opacas. Entré a un Mc Donalds 24 hours y pedí un Mc chicken. Tuve que pedirlo 3 veces porque el tipo estaba tan zombie que no entendía. Dos tipos rascaban la fórmica de la mesa y cruzaban miradas furtivas.

Ayer nevó, pero poco, hoy el sol ya lavó la nieve. ¿Será la melancolía como la nieve? ¿Caerá sobre nuestra alma y se convertirá en helada capa de tristeza sólo si nuestra temperatura anímica está en el punto de congelación?

Delete esa mierda, ejemplo claro de idea no comunicable, de zozobrante fraseo, de asociación trillada: frío-tristeza. Delete, delete esas dos preguntas retóricas tan mersas.

A veces el refugio en el choque contra otro cuerpo desnudo. Acariciar la piel de la espalda de Johnatan, aunque ya no cojamos. Tiene la sombra en la cara, como si se tapara el rostro con una mano oscura y no sé que piensa. Nos desnudamos automáticamente, apenas llega; así fue la primera vez. Ahora la desnudez de los cuerpos y los dedos dibujando la concavidad de los cuerpos no se consuma, termina en un amable “vamos así comemos algo antes de que cierren el patio de comidas”. Es un coitus interruptus sin el coitus: un tactus interruptus.

Duermo, aún en invierno, con la ventana abierta. Dejo que la luz o el azar de una brisa fría me despierte.

Jonathan (pero dónde cuernos irá esa hache al fin y al cabo?), una charla breve en el chat y un tire y afloje de seducción primitiva; el canchero que seduce al nene inocente, el ballet socrático del alumno y el profe-sex. Terminamos en la cama con resultados mediocres: el no es gay, es “bi curioso” (le enseñé el término en un arrebato de cinismo juguetón y luego descubrí atónito que lo adoptó para describirse a sí mismo). Es latino, o mejor dicho yanqui/latino (su castellano es engolado y poroso), de Guatemala, tiene menos espesor sensual que una feta de fiambrín.

Le dije, otra tarde de otro día, con la misma sombra en la cara: “Vos no sos bi ni hetero, sos gay. Y vos mismo ya lo sabés”. Se levantó de la cama en silencio, lo oí tomar agua a mis espaldas y luego sentí el calor de su cuerpo otra vez. Su voz sonó como si saliera de una boca torcida por una sonrisa: “¿Por qué decís eso?”. Me puse boca arriba en la cama y mirando al techo le respondí: “El primer día me besaste en la boca, casi inmediatamente, bastante exótico para alguien que solo tuvo sexo con un hombre una vez antes. No te vestiste apenas terminamos de coger. A pesar de que nunca me lo dijiste, estoy seguro de que tus fantasías ya estan totalmente vacías de mujeres. Ya sabés, desde hace un tiempo, que sos gay y todo es un juego de dilación, te da miedo saber todo esto teniendo 19 años”. El acarició mi abdomen unos segundos y antes de que pudiera evitarlo metió un dedo en mi ombligo – cosa que detesto – y dijo: “vamos así comemos algo antes que cierren el patio de comidas”.

¿Y que hago yo en esta cama, con Jonhatan y con esta penumbra? ¿Busco un descanso del burocrático juego del levante con gente de mi edad? Pero también es un callejón sin salida, todo es demasiado fácil, no hay viscosidad, no hay fricción si me siento como pez en el agua.

Buscar trabajo, no conseguir trabajo. No contestar el celular si llaman las tarjetas de crédito: nada para decirles. Comer queso cottage (la proteína y su tiranía). Tarteletas de frutilla en la tostadora (150 calorías). Helado fat free de mango, galletitas de manteca de maní.

¿Dormir con calzoncillo o dormir desnudo? ¿Boxer brief o slip? ¿Con remera o en cueros? ¿Argentina o USA? ¿Novio o revolcones? ¿Mc Chicken o Big & tasty? ¿Insomnio reflejo o stress burbujeante? ¿Confesión brutal o metáfora? ¿Buscar un rumbo, seguir las miguitas en el bosque que marcan la senda de regreso o mezclar las barajas frenéticamente y dar de nuevo?

¿Dónde va la gente cuando llueve? ¿Qué gusto tiene la sal?

Jason, pero no el asesino de Martes 13. Este es go-go boy (o sea stripper o “bailarín” según se presenta él), agradable, no para de hablar. En persona es simpático, aunque se pone en figura paternal más de lo necesario. Por email es insoportable: habla en el equivalente inglés de Hugo Arana en el personaje del groncho y me llena la inbox de fotos de negros pijones horrendos (¿cómo adivino tan mal mis gustos?). Cuando cogemos lo más disfrutable es su necesidad laboriosa de hacer todo bien, su esmero de empleado del mes, su sed de llenar todos los casilleros del formulario. Tiene un cuerpo musculoso, sólido, redondeado. Verlo trabajar tanto es excitante pero con un regocijo mas estético que hormonal.

Acabo de descubrir dos puntos de luz en el techo, pequeñas estrellitas amarillas, persigo las líneas de luz por la habitación pero no puedo detectar su origen. ¿Qué serán?

Los libros duermen a mi derecha, el visor digital de la videocasetera parpadea a mi izquierda: 5 10, 5:10, 5 10, 5:10, 5 11, 5:11.

Si esta fuera mi casa me calzaría los jeans y saldría a caminar, a aplastar con el peso del frío y de la noche este insomnio que me empuja a actos privados con repercusiones públicas.

¿Por qué me acuerdo ahora de los 3 turcos que tomaban café en Cafe 52 con 2 chicas el otro día? Reconozco a uno de ellos: es ingeniero, y tiene su locker vecino al mío en el gimnasio. Esa casualidad me permitió verle el culo hace 3 semanas. Yo me demoré doblando la toalla luego de mi clase de natación, secando la jabonera con toallas de papel. El giró y me dio la espalda (¿tendrá la pija chiquita?), y se bajó los pantalones con un movimiento único. Enseguida se calzó los shorts. Fueron 3 segundos de dos nalgas redondas, dos gajos de una fruta madura y pesada, apenas separadas por una línea de pelo desdibujada.

En el café charlaba con los demás y gesticulaba con energía. La mesa era chiquita y todos estaban medio amontonados, la intimidad de un grupo de ladrones planeando el próximo gran robo. Era un placer verlos mirarse a los ojos, con las caras a una distancia prohibida, más cercana a la inminencia de un beso de novela de las 3 de la tarde que a una tertulia irrelevante. Los 3 turcos con el pelo cortísimo, los veía salir a la vereda para fumar cada 3 minutos. A través de la ventana seguía sus movimientos con la obsesión de un voyeur: encendían los cigarrillos entre ellos, dejando que la llama les iluminara la cara un segundo, un instante de fugitiva intensidad. Después volvían a las chicas, que sorbían café con desgano.

Siento a Lucas apenas despertarse y toser, gemir, volver a dormirse. Martín (o Andrés) apenas roncan. 5:25, 5 25, 5:26, 5 26.

Se vino el día del pavo. Y el invierno. Y la nieve.

Y el desasosiego.

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