Picos y pozos

La sala de espera me sofoca por lo previsible. Ese cuadro con un velero, intento fallido de bocanada de aire salino, fracasa estrepitosamente. El viejo de traje acaba de pedirle permiso a la recepcionista para usar el celular. Claro que sí, dijo ella, y ahora el tipo grita, porque seguro que está medio sordo, que las máquinas llegan recién en noviembre, que igual hay que hacer marchar todo, etcétera.

Yo busco entre las revistas y me pongo a leer un ADN viejo. Es una larga nota sobre literatura japonesa, escrita por Anna Kazumi Stahl. La doblo en 4, me hago el tarado y me la robo, metiéndola en la mochila como si nada.

Rodriguez, me llama una voz desde el pasillo. Me asomo y aparece un tipo canoso, sonriendo. No tiene pinta de médico, sino de alguien que me quiere vender algo. Pasá, recostate en la camilla. ¿Me saco la ropa?, pregunto. Siempre que veo al médico tengo el impulso de sacarme la ropa. Es más, si no me hacen sacar la ropa creo que son unos chantas. No, no hace falta, dice.

Me sorprendo un poco, porque pensé que me iban a hacer una ergometría. Me doy cuenta que esto es otra cosa. Me acuesto y el canoso me unta los costados del cuello con un gel. Acerca un aparato que parece una afeitadora eléctrica conectada a un cable. Me está mirando la carótida. Ahora recuerdo que el cardiólogo me había pedido también ese estudio. Dice: de este lado está todo bien, tenés un leve engrosamiento, pero algo normal en alguien de 40 años. Ahora miramos del otro lado. Mira. Sí, por lo menos de acá estás bien, me dice. No me gusta ese “por lo menos de acá”, me da un poco de miedo. Como si cualquier lugar donde uno decidiera mirar fuera una invitación para una enfermedad. Mejor no mirar.

Listo, ya está. ¿Tengo que llevarle el estudio al cardiólogo o con lo que usted me dijo ya está?, pregunto. No, ya está, dice. Vuelvo a la sala de espera. El viejo sigue gritando por el celular: vos decile que no entraron los pagos, que yo después hablo con el dueño. Me pongo a revolver las ADNs que quedan y son todas aburridas. Me acerco al escritorio de la secretaria. Sí, disculpe, yo tengo turno para una ergometría. Me miraron la carótida, pero, ¿se podría fijar que esté en la lista para lo otro? Levanta un teléfono, marca, pregutna, cuelga. Ya te llaman.

Rodriguez, me llama una voz femenina desde el pasillo. Me asomo y aparece una chica de pelo largo, sonriendo. No tiene pinta de médica, sino de profesora de aerobics. Pasá, sacate la remera y subite a la cinta. Me pone unas fajas elásticas en el pecho, con unas sopapas metálicas, que me dan frío. ¿Hacés actividad física?, pregunta. Empecé hace poco algo de spinning, digo. Si sentís alguna molestia me avisás y paro todo, ¿okay? Me toma la presión. Después toca unos botones y se empieza a mover la cinta. Caminá manteniéndote adelante, dice. En la pantalla al costado la línea verde evoluciona en picos y pozos. Después acelera la cinta y sube un poco más la pendiente. Me toma la presión. ¿Estás bien?, pregunta. Sí, perfecto, digo. Apreta un botón en una máquina y sale un poco más de papel, con el trazo de picos y pozos impreso.

Un poco más. Sube la pendiente, aumenta la velocidad. Mide la presión. Picos y pozos. Una gota me corre por el centro del pecho. ¿Estás bien?, pregunta. Sí, digo.

Un poco más. Sube mucho más la pendiente, aumenta la posibilidad. Si no llegás caminando, trotá. Troto. Me toma la presión. ¿Estás bien? Sí.

Es la primera vez que me hago una ergometría, así que supongo que la máquina le va a decir cuando estoy cansado. No quiero darme por vencido. Y menos frente a una mujer. Se me da incluso por hacerme el canchero, así que cuando sube la velocidad y pregunta de nuevo, aunque ya no tengo aire, trago saliva e intento decir que estoy bien con voz firme. Bajo la vista para mirarme el pecho, porque siento que estoy empapado. Además los pasos se hacen pesados, torpes, y siento que la habitación entera está vibrando al ritmo de mi carrera.

Un poco más, dice. Y sube más la velocidad y la pendiente. Estoy liviano, ahora, quizás empezando a marearme, así que decido aguantar el último trato y admitir la verdad. ¿Estás bien?, pregunta. Me estoy quedando sin aire, digo. Apreta los botones para bajar la pendiente y la velocidad. Vuelvo a caminar.

Ahora está midiendo el tiempo que tardo en recuperarme, y ahí es la máquina la que habla, y no vela la pena fanfarronear. Frena la máquina y me bajo. Estoy todo transpirado. ¿Trajiste toalla?, pregunta. No, no sabía cómo era, es la primera vez que me hago una ergometría. La chica mira el rollo de papel que hay sobre la mesa, y como queda poco papel, va a buscar otro y me da uno entero. Me pongo colorado. Me seco rápido, tiro los papeles al cesto, me pongo la remera y salgo.

Esperá en la sala de espera, que ya te llama el cardiólogo, dice ella. Me sigue a la sala de espera, golpea la puerta de un consultorio y entra con unos papeles.

Rodriguez, me llama una voz desde el pasillo. Es el cardiólogo. El consultorio está lleno de libros y diplomas. Él es viejo, de ojos vivaces. Se nota que está educado para tranquilizar. Bueno, está todo bien. Tenés un poquito acá en la carótida, pero nada grave. Vamos a esperar un año y volvemos a hacer estudios. Le recuerdo que tengo colesterol alto y que estoy tomando medicación para la tiroides. Sí, por eso. Por ahora estás bien, bajá unos kilitos, sin apurarte, y en un año vemos. Le digo que necesito un certificado para el gimnasio. Lo escribe. Lo sella. Apto para realizar esfuerzo, dice el papel. Me suena bíblico, la sentencia de un dios expulsándome del paraíso, desnudo, avergonzado, pero inyectado de posibilidad.

This Post Has 6 Comments

  1. Rosarioso

    Estoy igual de complicado que vos…

    Desde que se murió un amante (de mi edad) de un infarto, voy más seguido a hacerme chequeos… pero el cardiólogo dice que el electrocardiograma y demás estudios cardíacos pueden dar bien en este instante y dentro de una hora ocurrir un paro cardíaco… ¿entonces para qué tantos controles?

    Saludos

  2. untipoexpertoencosas

    es cierto, uno pone todo para no hacer papelones frente al examinador, aunque solo es un certificado de vida y no una extensión.
    vale el cuidado dá cierta tranquilidad.
    Mis saludos.

  3. erika

    jajja, que buena descripción de visita al médico!

  4. Mariano

    Euuu…, jugate un toque con el diseño de la página!

  5. liliana

    Me hiciste recordar esa tortura y otras de las que no salíz tan contento

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