Ah todo eso. Echale la culpa a las luces, al alcohol y al sucundún y al eco y el pulso de la música que te pega en el pecho. El respingón de que se prende el aire acondicionado del boliche y de pronto estás otra vez ahí, los pies un poco pesados, el tacto que de pronto se te localiza en ese peso, en los pies, y ahora hay un pliegue ahí que jode, esa media, apoyás fuerte contra el piso y girás el pie para así el pliegue se va, pero no, siempre hay un pliegue en la media, y podés negociar empujarlo un poquito para acá o para allá, y en cuanto enfocaste el cuerpo y el pie y el pliegue te molesta también el elástico del calzoncillo, el jean que te cuelga y raspa un poco en la entrepierna, tirás un poco los hombros para atrás para que se te acomode la chomba que amenaza mutar en camisa de fuerza apretando los sobacos, y todo se vuelve picazón que empuja a picazón, piezas de dominó que caen una atrás de la otra haciendo un dibujito, pero antes que se cierre el dibujito lo perdés y volvés, metáfora de la vida, y la picazón se apaga toda junta como si te desenchufaran. Pero qué querés si ya van cuatro speeds con vodka que me tomé, medio apurado, no sé por qué, qué subte, qué último tren a Londres, qué fiebre del sábado por la noche, enjambre de murmullos descuidados, eclipse total de picazón.
Mi vista baja en vuelo rasante, como un 747 buscando pistas entre la ceniza volcánica: DJ fantasma borroso atrás del vidrio oscuro, caras de nada atrás de vidrios combos de vasos, que se reflejan en espejos, plataforma sobre la que bailan maniquíes espásticos, y ahí me freno y trato de conectar la letra de la canción con cosas que veo. Me divierto así, tengo una vida interior como una pecera, con pensamientos como pececitos, maquinas de hacer burbujitas, piedras fluorescentes e hilitos de mierda de pececitos en vaivén entre la burbuja, así que ahí vamos. Canción dice: bolsa de plástica flotando en el viento. Miro y no hay nada. Hay un viejo que baila enloquecido y tiene el pelo, quincho, como Richard Clayderman, pero sería exagerado conectar ese quincho a una bolsa de plástico en el viento. La canción sigue: como un castillo de naipes, a un soplo de distancia de desmoronarte. Viento del aire acondicionado, pedo de speed con vodka, sí, podría desmoronarme, pero lo que me pregunto es, ¿quién alrededor mío caería conmigo?
Dos ositos, bailando, como una interferencia de un dibujito animado, Hannah Barbera. Culito, culito, zarandeo, media vuelta, se ríen, son pareja, seguro. Son osos sección prolijo, inciso camisa a cuadros (pero planchada), apartado zapatitos lindos (no veo el material, pero no son zapatillas). Se parecen, como hermanos, pero de los hermanos distintos, se parecen en la cara de buenos, o capaz la cara de bueno es que son pendejos, que todavía la vida no los fermentó. Me mira uno, me mira el otro, cámara uno, corte, cámara dos, ponchame, plano general. Me miran, como si ya hubieran estado hablando de mí, como si se hubieran puesto a bailar ahí para mirarme, pero no se sonríen, son tímidos. O capaz me tomé el speed con vodka versión narcisismo 5 am. Ahora se van, demasiado Katy Perry para ellos y no quieren más bolsas de plástico en el viento ni castillos de naipes que se desmoran cuando el lobo sopla fuerte, el de la fábula, y tira abajo mi casa, la del oso holgazán.
Ahora voy yo atrás, transmutando de oso holgazán a lobo afilando comillos. No están abajo, en la barra, subieron al segundo piso, oscuro, tramposo, estancado. Dos escaleras y ahí están, rincón, sin vasos en la mano, pero sin charlar ni transar, o sea, esperando. Esperándome. Voy. Hola, qué tal, de dónde son, son muy lindos los dos, de Córdoba, ¿son culiados? Uso la versión del encare clásico modo levemente pavote. Funciona. Son pareja, cordobeses, tienen 21 y 22 años, ¿vos cuánto? Yo 40, digo, y se sorprenden y no parecés, pero un no parecés bien, no un no parecés gélido. Del clásico verbal paso al clásico manoseo. Le arreglo el cuello de la chomba a uno, amenazo con levantarle la remera al otro para ver si es peludo. Uno sí y uno no, dicen, adiviná cuál. Ya estamos juagando, empezamos con el veo veo, ya estamos en el adivina adivinador, después verdad consecuencia y después teto y después amigo invisible. Pero ahí me salgo del clasicismo, y en vez de dibujar la típica pera de este taller de pintura del levante, me voy para la mancha expresionista. Ahí atrás está Juancito, un pendejo de 22 años también, skater, que me encaró hace un par de años con otro skater, fuimos a coger y ambos tenían sendas pijas poroto, pero poroto de antes de tirar brotes antes del germinador. Encararon con el brío de la juventud, pero todo se desmoronó, como un castillo de porotos en el viento. ¿Te gusta él? Le digo a uno de los dos ositos culiados. Sí, es lindo. Vení, le digo a Juancito. Juancito viene recontento (con su porotito, pienso). Es simpático, dice muchas pelotudeces en estas situaciones, es como el perfecto extra para tu levante berreta, baby. Ya se franelea el skater con el otro y se dan un beso, atravesados. Queda un osito culiado de aquel lado, estos dos dándose un beso de lengua feroz y yo del otro lado. Se separan y coreográficamente me junto yo con el osito de la vereda opuesta y transamos. Ahora vos, ahora yo. Después los cuatro, para el final, pero de a cuatro es cualquier cosa que raspa, se necesitarían lenguas más tentaculares, o con dientes como engranajes. Todos con todos, de a dos, de a tres y después yo digo que quiero mirar, cinema verité. Pero me voy y los dejo jugando con el skater, que se entretengan un rato.
Vuelvo a la pista, a tomar un poco más, como si hiciera falta y ahí están, de nuevo los dos solos. Se me acercan. Te queremos a vos. No, Juancito es copado, les digo, como queriendo venderles unas medias baratas en un todo por dos pesos. Vamos todos, digo, para probar. Bueno, vamos, dicen. Me gusta este turismo de aventura, que viene decidido y consensuado. Bueno, vemos, digo, histeriqueando. Baja Juancito, le digo si le va irse los cuatro, me dice que conmigo sí. Me siento bien, porque a pesar de la noche de las narices y los porotos fríos, Juancito insiste. Consulto con los ositos para determinar los roles. Quién es activo, quién pasivo, quién flexible (pienso en un caño, de esos que venden en Easy). Voy a la barra a pedir otro trago y el barman de allá me llama y me dice yo también me prendo. Voy a la pista a bailar un rato y varios me cruzan y me dicen: qué turro, fiestita, me anoto.
Como una serie de clips conectados por sus extremos y magnetizados como un imán, en este mundo circular de la disco, todo se ve, todo se sabe, la paranoia es sabiduría, y cada palanquita que movés dispara chispazos, mueve engranajes y hace rebalsar tubitos de ensayos. Voy a consultar a dos pibes con los que cojo y cojo bien. ¿Quieren venir los dos? Uno dice: no, tengo milanesas en casa, tengo hambre. El otro dice yo sí, vamos. Pero cuando vuelvo donde están los dos ositos, la atmósfera cambió, sutilmente, pero lo noto. Es como si hubiera quebrado un banco y todos los ahorristas reclamaron con el puño en alto, atrás del vidrio espejado del banco. Ya somos cuatro, y me voy a ir al infierno si no sumo a Juancito, así que voy y le ofrezco. Me dice que conmigo sí, pero con mi amigo no. En esta reunión de directorio algunos empiezan a usar el poder del veto. Veto a aquél, porque es muy flaco. Este ya cogí, es pasivo. Este es amigo de mi amigo de mi amigo. Tengo ganas de decir: la red está ahí, estamos todos unidos, los cables y los caños van por abajo de la arena, se meten en el mar y lo atraviesan y vuelven a subir del otro lado, y ahora no es telégrafo, es fibra óptica, rápida, transparente, eterno presente.
Dame unos cuantos talonarios de números de distintos colores, unas seis o siete ventanillas y quince empleados públicos con buena disposición y te organizo la fiesta y todos contentos. Pero a esta altura el grafo de conexión sexual se complejizó demasiado y mi CPU hace gluglú con el speed con vodka. Elijo el algoritmo más fácil: vienen los categoría fiestero platinum, o sea, los que no tienen drama en encamarse con ninguno de los otros, los que entienden que la fiesta es la multiplicación del vinos y los panes, el acto de dar y recibir indiscriminadamente, donde se suspende la identidad del emisor y el receptor. Pero no digo eso, voy hasta los ositos y les digo. Mirá, se está complicando. Vayan con Juancito, que es buena onda. No, queremos ir con vos, nos gustás vos, dicen (claman, pienso, y después pienso, ay, qué pelotudo, qué mierda me creí). Vamos, digo, y me siguen los tres.
Salimos y vamos a esperar el 152. En la parada del colectivo me doy cuenta de que no presenté a nadie con nadie. Este es Fabián, estos son Lucas y Martín. Hola, se dicen. Bésense de lengua, che, digo. Se besan así de a uno, ordenados, en turno. Subimos al colectivo, ya en sincro, relajados, nadie se pelea para sacarle el boleto a nadie, todos esperan a que indique donde bajar. Engancho la llave en la cerradura perfecto, y yo presto atención a esos gestos, a esas confirmaciones. Subimos en dos ascensores, por las dudas.
Voy a mear y cuando vuelvo ya están besándose y en cuero, vamos para la pieza, digo. Y la palabra pieza me suena vieja, me siento viejo. Mi amigo agarra al gordito más peludo, el pasivo, y yo al lampiño, el activo. Besos, algunas risas cuando alguien trastabilla con el calzoncillo bajado en los pies, y algunas excursiones exploratorias, que se demoran. Yo busco forros y le acerco algunos a mi amigo. Mientras le chupo la pija a mi osito activo. Pero no se le para. Yo estoy al palo, pero él apenas amaga a endurecerse. Aprovecho y me hago chupar la pija por el osito pasivo, que está contento como perro con dos colas. Vuelvo a besar al osito activo y a chuparle la pija. Tiene abiertos los ojos cuando me besa. Qué pasa, está todo bien, me dice. Me besa pero como si me chupara de la boca, como un ternero que busca la teta de la madre.
Le doy un forro a mi amigo y le digo cogelo, señalando al osito pasivo. El osito pasivo ya está en cuatro, Winnie The Pooh episodio dámela toda. Me pongo de costado para que el osito activo vea como se cogen al novio. Y como esperaba, la pija se le pone al palo. Se la chupo un poco, rompo el sobrecito del forro y se lo pongo. Se acomoda para cogerme y en ese momento el osito pasivo empieza a gemir. Levemente, sin estridencias, pero transmitiendo en morse a través de la habitación: cómo me gusta esta pija. Al osito activo se le baja. Lo beso de nuevo. Mi amigo me mira, sigue cogiendo con todo. Después para, porque se da cuenta que le está matando la pjia al otro osito. Igual mi amigo y el osito pasivo siguen transando. Yo le digo al oído al osito activo: ¿qué pasa, bonito? Me mira, con los ojos gigantes azules brillando en la penumbra. Tu amigo se lo coge re bien a mi novio, se lo coge mucho mejor que yo. Y después hincha los labios en un pucherito involuntario. No, papá, no pasa nada, digo. Hago el gesto de que voy a frenar a los otros dos, pero me dice que no, que los deje. La pjia se le pone dura de nuevo, y cuando se la agarro se le baja. Mi amigo le da con todo al osito y el osito acaba. Mi amigo sigue bombeando un poco más y acaba también. Se tiran en la cama. El osito activo vuelve a tener la pija dura, automáticamente, apenas su rival queda fuera de juego. Parecen ET y Elliot, al final de la película, uno tiene que morir para que el otro sobreviva, sutilmente conectados, espejados, invertidos.
Insiste con ponerse el forro, pero se le vuelve a bajar. Yo ya estoy cansado de remar con la pija blanda una hora. Todo bien, no tenemos que coger, le digo. Los otros están volviendo del sopor y se suman para morder pezones, besar, remar este bote inflable pinchado contracorriente las cataratas del Iguazú. Al final le digo, con suavidad y mirándolo a los ojos, que paremos. El osito activo se queda mudo, se sale de la cama y se queda ahí parado. Pero yo te quería coger, me dice. No pasa nada, le digo, no todo es meterla, está todo bien con franelear y chuparse un rato. Vení, le digo, y palmeo el centro de la cama. Pienso que hace mucho que no doy vuelta el colchón, no debería palmear con tanta fuerza, y casi veo en la oscuridad un polvo mágico subiendo en el aire. Si no se te para, poné el culito hermoso que tenés y mi amigo te coge. Santo remedio. No se mueve, me mira fijo. Christian, no seas zarpado, me dice mi amigo. Es un chiste, che.
Se acuesta y se hace un ovillo. Lo abrazo, de frente, y después trato de que me apoye la cabeza en el pecho, pero insiste con ovillarse. La cama se empieza a mover, como si estuviera a punto de despegar, Mary Poppins. Es el osito activo que llora, acongojado, y mueve toda la cama. Ey, loquito, qué pasa, le digo. Vení, mirame. Se tapa los ojos con las dos manos, un gesto también de dibujito animado. Le saco las manos de los ojos. Tiene los ojos hermosísimos, azules, y la mirada triste, cada vez más grande. No pasa nada, insisto. ¿Sabés la cantidad de veces que no se me paró a mí? ¿Sabés la cantidad de catástrofes que me pasaron en este tipo de fiestas? A veces uno piensa que quiere algo, pero no lo quiere. O lo quiere en la cabeza, pero no en la realidad. O lo que más deseás, cuando lo tenés te da miedo. Nos pasa a todos. ¿No es cierto?, digo enfocando la boca hacia arriba, buscando sexo. Tal cual, dice mi amigo.
Soy un desastre, dice el osito activo. No, nene, nada que ver. He tenido camas mucho mucho peores. Esta fue un desastre porque tenía todas las ganas de que me regarcharas, pero tuve otras 60 o 70 peores. Me mira fijo. Me río. Es un chiste, boludo. Aparte, mirá, todavía estás acá, si fueras tan desastre ya te hubiera echado. Me acuerdo de que mi amigo tiene que laburar a las 8 y de reojo veo que ya son las 7. Nos quedan unos pocos minutos. Sos un osito hermoso, vas a tener muchas garchadas en tu vida, muchas fiestas, y la mayoría, como las mías, van a ser con la pija parada. No te preocupes, digo. Ahora todos a abrazar al osito llorón. Me pongo de frente y lo abrazo. El novio lo abraza de atrás y mi amigo se acuesta un poco encima de todos, como en una montaña rusa.
Sentimos la respiración de los demás acumulándose en el centro, calentando el aire, mientras los pliegues de los sobacos, la panza y las piernas empiezan a humedecerse de transpiración y a abrirse, y la luz de afuera empieza a entrar, entrar, entrar en la habitación.
“Ah todo eso”. ¿Me parece o ahí iba el A preposición en lugar del AH expresión onomatopéyica?
No, es una exclamación. “Ah, todo eso”, capaz sería más correcto.
ah, el único comentario es gramático. es un texto de la puta madre, está genial X. me cagué de risa con los porotos sin germinar, perdón a los de los porotos. besos
Xtian, gracias a vos pude atisbar lo que sería un kamasutra gay, que era una curiosidad. Ultimamente le estas dando duro a eso. Es tu derecho, aunque yo extraño los otros temas, sobre todo literarios.
Hola Xtian. Al principio, mientras leía, estaba como muy analítico. Estaba anotando cosas para decirte, como que el castillo de naipes y la borrachera y ese modo de “hablar” de la enunciación me hacían acordar tanto a otro castillo (sangriento) y otras borracheras (¡Cortazar y el comienzo de 62, modelo para armar!). Pero después me diste vuelta con un zapataso en la mandíbula. Qué texto, por dios! De lo más bello que he leido en mucho mucho mucho tiempo. Gracias, sinceramente!
Excelente , como siempre, guacho!
Tenés algo publicado? En papel, digo.
Como el osito pasivo, quiero mas.
Un abrazo
Martín
Simplemente exelente, no sabia de que se trataba pero ni bien empecé a leer quede atrapado… el relato esta muy bueno.