Bolilleo

Este es mi cuadro de situación: un cuadro cubista, donde todas las aristas se enroscan y todas las perspectivas se apilan. Así, uno encima de los otros, se aparean los últimos minutos con los últimos días y con las últimas semanas. Todo lo demás se borroneó o sale movido cuando intento enfocar y sacar la foto. Vivo en un presente continuo que podría ser algún estado místico o alguna versión de la estupidez más estúpida. Si intento acomodar un razonamiento, me empantano en la primera premisa. Y ahí mismo hay que ponerse a sacudir las manos al costado de la ruta y rogar que alguien me ayude a empujar para sacar la citroneta del barro. Me siento a escribir con la cabeza vacía y sin nada para decir, con la inercia de siempre: el imán del silloncito de cuero negro frente al teclado qwerty y la musiquita que me hamaca. Me hamaco: primero un empujón para salir del estado de reposo y después de pronto el piso y el cielo y los árboles que se comban bajo mis pies en un arco continuo, los pies que levanto bien alto, como para patear una nube, para sentir ese vacío súbito en el estómago y en las sienes. Escribir es armar una fiesta donde solo invité colados, no sé quién va a venir, cuantos sánguches encargar, dónde colgar los globos. Cuadro de situación: se acabó la nafta, tiráte a la banquina, no, la próxima estación de servicio queda a 60 kilómetros y por esta ruta no pasa nadie, así que a vivir de las habas y los bulbos, prendé el fuego, acurrucate, en el cielo las estrellas, en el campo las espinas. ¿Hasta cuándo alcanzará la nafta? Traduzco: ¿hasta cuándo se puede escribir un blog autobiográfico dónde cada sanguchito triple en el platito de cartón lo tenés que rellenar con una feta de tu propia carne cruda, y asegurarte que tenga algo de sabor, que no esté muy seco, que no sea un masacote intragable?

Y si se descarta el requisito de que los sanguchitos vengan bien rellenos y con la dosis necesaria de mayonesa, o sea, si se asume que sí, lo que se describe es una vida más o menos como cualquier otra y por lo tanto lo que se escribe es más o menos otra vez sopa, ¿qué queda? Una hoja excel de pulsos y respiraciones, un electrocardiograma plano de idas y venidas, un gráfico de torta sin crema, sin dulce de leche, sin merengue. ¿Y todo eso para qué? ¿Para forzarse a un autoanálisis tedioso y que siempre arroja el mismo resultado? Resultado: estamos perdidos en este juego de la vida, tirá la ruletita de plástico y mové el cochecito para adelante, ahora te toca a vos, suncutrule.

Perdón: optimismo. Alumno Rodriguez, tarea para el hogar: optimismo. Sí señorita, empiezo de a poquito, apilando: tengo 35 años y no se me cayó ningún piano encima ni me embistió ningún rinoceronte. Buen comienzo, siga, Rodriguez. Mis viejos, mis hermanas y mi hermano, y mis mejores amigos también esquivaron el piano y el rinoceronte. Saltéese lo obvio, alumno Rodriguez, que el alumno Pieruchi también tiene que dar lección y no tenemos todo el día. Eh, tengo un trabajo y un departamento que alquilo. Alumno Rodriguez, no soy la DGI, entérese. No quise decir eso, señorita. Sigo: viajé a USA y comí shawarmas, dosas, fajitas y fideos ramen, cogí con gente de todos los países y casi todos los planetas, volví y acá estoy, señorita. Alumno Rodriguez, eso no alcanza, espero que se le ocurra alguna otra cosa más allá de la sumatoria de lo ingerido y la productoria de lo cogido, y sino me pasa ya mismo el cuaderno de comunicados. No sé me ocurre nada más señorita… si me da tiempo hasta la semana que viene puedo rellenar lo que falta con bolilleo y parquetrí, yerba y brillantina, tinta china y fideos.

Sí, ese es el cuadro de situación: la canasta sobre la mesa con la pera, la manzana y la ciruela. Hay que empezar por lo fácil, por lo de siempre, de a poquito, pincelada encima de pincelada. Y la ventana allá atrás.

Alumno Rodriguez, continúe esmerándose así, porque quizás esta vez sí esté entrando otra luz y otra sombra por entre las cortinas.

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