Me duelen los ojos y las uñas. Las uñas porque no paré de mordérmelas durante el viaje en colectivo. Los ojos por la luz del cielo nublado detrás del vidrio del café – pizzas – comidas rápidas al que vine a hacer tiempo hasta las diez y media, hora en la que estará lista la habitación del hotel. Todavía no son las seis y las medialunas frescas llegan a las seis y media. Eso le explica el mozo al viejo de la mesa de al lado. Mejor pido una pizza chica y una pepsi light. El aire acondicionado me pega en la espalda, el del micro me pegó en el pecho. Volvió el mozo y me avisó que cerraron la cocina y que solo salen pizzas de cuatro porciones. ¿Cómo es eso de que la cocina se cierra a las seis? ¿Quién decidió que no se puede almorzar a las seis y diez y que sí se puede cenar a las seis menos diez? Cruza la calle una manada de adolescentes. ¿Viaje de egresados? Los productores es ¡El éxito del año!, anuncia un cartel del otro lado de la calle. El boludo del mozo me trajo la pepsi light hace diez minutos pero no la destapó. Tengo ganas de lamer el torso curvo de la botella, barrer con la lengua las gotitas heladas sobre el vidrio oscuro. Ahora sí la abrió, mientras yo me hacía el boludo y tapaba la hojita en la que escribo esto para que no viera que escribí que es un boludo. La ciudad no termina de desperezarse, yo no termino de desesperarme. Las calles son de los colectivos y los taxis, el cielo de unos nubarrones en degradé gris. Pasa un barrendero de buzo amarillo, donde se lee “Viví la Feliz!”. Así, sin abrir signo de admiración. Feliz está subrayado.
Me comí las cuatro porciones de pizza pero igual me muero de hambre. La pizzeta era una lámina de masa, recubierta por una plasticola amarillenta símil muzzarella. Enfrente mío se acaba de sentar un tipo con una remera naranja (me duelen los ojos) y un rosario de madera demasiado grande para ese cuello (y para nuestros pecados). Hay que salir del aujero interior, grita Federico Moura desde los parlantitos y desde la nube número ciento cincuenta y ocho del infierno. Pasan tres minas riéndose. Son boludas. Pasan otras dos vestiditas iguales: camisa blanca y corbatín celeste. Pasa un perro, caminando.
Parece que analizaron la sonrisa de la Gioconda con un programa de computación inteligente (porque las computadoras son inteligentes, lo leí en un artículo muy interesante de la Muy interesante). La computadora descubrió la composición porcentual de la sonrisa. 71% es alegría. 12% es angustia. 17% es que se le quedó el vibrador trabado a velocidad máxima. O algo así.
Vuelve la manada de egresados y cruza la calle en sentido inverso. Contador de boludas paseanderas: 8. Cuando la última boluda desaparece aparece una vieja con un perro. Aparecen otros 4 perros de la nada, los pidió el director de la película se ve, son CGI. La vieja tira de la correa del perro. Los perros ladran, se muestran los dientes. La vieja saca un palo y le pega a su perro. Desaparecen los perros CGI y queda la vieja sola con su perro. Lindo pulgoso.
En el mantel encontré un pendejo. No es un pelo de la cabeza, este es púbico. Y público, parece. Lo único lindo en “Punto y banca” (así se llama este lugar situado en la esquina de Moreno y Buenos Aires, frente a la plaza Colón) es el contraste entre los sobrecitos amarillos de azúcar y los sobrecitos rosas de edulcorante.
Pasarán siete mil años y ocho glaciaciones, veinticinco lluvias de meteoritos, cinco apariciones y subsiguientes desapariciones de dinosaurios y cuatro invasiones marcianas que nos eliminarán fumingándonos con pedos de colores y en ese momento alguien descubrirá el cartel con Francella y Pinti haciendo ¡el éxito del año! y lo someterán al escrutinio de un programa inteligente de computación para descubrir cómo se compone porcentualmente la sonrisa de Francella. ¿Qué encontrarán?
Llegarton las medialunas pero el cielo sigue detenido, como si alguien hubiera tirado del freno de mano. Pasó un taxi negro con letras amarillas. Y también en amarillo, coronando el número de teléfono, dos lobos marinos.
Cruza la plaza una gorda. Es una madre, porque al lado le camina un hijo. El hijo arrastra un globo desinflado. No a medio inflar, este es un globo que hace unos días estuvo inflado pero que ahora se contrajo, se deformó y esperá la eutanasia de un alfiler piadoso.
El sobrecito rosa dice “El placer de tomar café!”. Es oficial, nadie abre signos de admiración. “Apoyemos la cumbre de las Américas”, dice en el reverso. Desde la pared de enfrente, metida en un aviso publicitario cincuentoso de Coca-Cola me sonríe Lolita Torres. Y si no es Lolita es un clon. Sostiene una botella de coca negra brillante como si fuera una pija que le apunta a la boca. Me dice “Reanímese!”. Otro signo de admiración que no se abre.
Desde el parlante: no hay un modo, no hay un punto exacto, te doy todo… y siempre guardo algo. Así me gusta, así vamos a sacar adelante este país, con inversión, pero también con ahorro. Cerati presidente.
Es el mismo gris, ahora me doy cuenta. El gris del cielo como un algodón sucio, como si los dioses se hubieran limpiado el rimmel. Es el mismo gris de la luz que emitía el colectivo sobre los carteles de la ruta, sobre las gomerías, los hoteles, las estaciones de servicio.
No pasó nada en ese viaje más allá de la luz gris. O pasó muy poco: pusieron una película yanqui boba (”The girl next door”) acerca de un chico nerd y una rubia tetona. En los diez primeros minutos se insinuó una teta de la rubia y se mostró el culo del nerd. Una vieja se levantó de su asiento hecha una furia y al rato apareció el pelado representante de “El Rápido Argentino” anunciando que “vamos a tener que apagar la película”. Estuve a punto de protestar, pero estoy de vacaciones.
El sobrecito de azúcar es marca “Cabrales”, como los soldados heroicos que cubriéndose de gloria su vida rinden. Joven argentino: tu vida, ¿rinde? ¿Cuántas porciones?
Y antes de irme (ya comí demasiadas medialunas), tengo que confesarlo: yo fui Cabral. En un acto del colegio primario. Es una anécdota muy boluda, pero se la recordé a mi hermana el sábado pasado y se rió, así que después la cuento. Y quién te dice, capaz que te animo la fiestita. Y sino, de última, enfiestaré tu ánimo.