[3 de abril de 2006, 4 AM, Insomnio número 379.673]
Ahora que estoy acá y no allá, se me complica el tute cabrero. Ahora que se me pinchó la rueda de exilio, ya no me muero de calor en esta cafetera, chofer. Ahora que llegó la hora de apurar ese motor se me empastó la bujía y la brújula. No hay inminencia, hay inmanencia; no hay emergencia, hay presencia; no hay turgencia, hay fluorescencia.
Están los que corren tras la zanahoria imaginaria, y están los que huyen de la mordida en el culo del perro rabioso, cuidado con el perro. Y están los que huyen de ambas cosas al mismo tiempo, los que corren hacia ambas cosas al mismo tiempo.
Y estoy yo, extra lubricado para acción natural, aloe vera, gel caléndula. Hamacándome entre lo íntimo y lo minado, vacío y envasado, rodeado y enredado.
Mentira, no estoy enredado. Estoy vacío, como en vacaciones, como en una playa atontado por el sol, como creciendo otra piel y otra cola y otros garfios. Invernando, veraneando, sufriendo los efectos del efecto invernadero, y a veces a punto de florecer o fructificar o ramificar, algún pimpollo o repollo nuevo, alguna hoja amarga, alguna incubación, algún cubito en la cubetera, alguna monada nueva en el monedero.
El exilio se fue. El sexo como medio de locomoción se terminó. Está de paro, cardíaco. El sexo como liana que te lleva de árbol en árbol, de hombre en hombre, de piel a pliegue, me lo privatizaron. Escribir no puedo, no quiero, transpiro y me resfrío. Dormir, a veces puedo, tengo frío, tengo calor, me tapo, me destapo.
Estoy elevado pero no audaz, el aura rostro imita. Oír se dejan los ecos de una chacarera que ya se fue, oler se deja una transpiración de las axilas que ya no tengo. Tocar me dejo de vez en cuando.
Soy como una babosa, pura digestión. Soy como una araña, pura red. Soy como un pulpo, pura pulpa.
Desodorizame, oprimime, contraatatacame, reclamame, eclipsame, amaneceme. Todo esto me lo digo al espejo, con la pasta de dientes chorreándome en burbujas de la boca. Burbujeame. Es a la mañana, después del pis y antes de las medias y las zapatillas y de levantar la persiana. Y no es que me sonó el despertador, es que la cama se reserva el derecho de admisión y permanencia y me sigue admitiendo pero no permanezco.
Es más o menos así, desde la ventana de un avión, a la noche, a pura turbina y turbulencia. Habrá que pedir ventana y no pasillo, y cuando todo el mundo duerme tapado con sus frazaditas de mentira y sus auriculares y sus antifaces de mentira, abrir los ojos, levantar en silencio la cubierta de plástico del cuadrado que te vendieron como ventanilla, y asomarse a mirar las ciudades sumergidas allá abajo, titilando como palabras escritas en la pantalla, que no quieren decir nada pero que a veces dicen.