[26 de Agosto de 2002, Piscataway, New Jersey, deja vús varios]
Esteban. Así se llama el portoriqueño que conocí en el chat hace dos meses. Yo estaba en Buenos Aires, aunque ya preparaba mi regreso a New Jersey: lo conocí en el salón gay de New Jersey zona central. Muy simpático en el chat, me siguió mandando email todo este tiempo.
El domingo amaneció primaveral. Ya hacía diez días que había vuelto a Rutgers y se me habían acabado las excusas para no encontrarme. Lo llamé y arreglamos vernos en Café 52. Nos reconocimos inmediatamente, pero en vez de compartir cafeína propuso ir a comer algo. Automac en su auto y luego sentarnos en un banco en el parque.
El mundo es un pañuelo: aunque nos conocimos en la internet hace sólo dos meses, al verlo aparecer me dí cuenta que ya lo conocía de antes. De antes en este caso es hace tres años. En frente de mi departamento vivía un boricua gay que estudiaba bioquímica, y como siempre andan en racimo, en dos semanas, a fuerza de excursiones a los escasos bares gays de la zone entre en contacto con un grupo de 15 o 20. Entre ellos estaba Esteban, aunque nuestra interacción siempre fue difusa. Me pareció simpático e interesante en su momento… pero nunca cruzamos mas de un saludo. El no me recordaba.
Nos sentamos en el parque mientras comíamos nuestros Big Macs. Sonó el celular de Esteban: eran Conrado & Michael (en otro texto relaté mi encuentro con Conrado y cómo luego de cinco minutos de conocernos me conto su violación infantil, su pareja de 12 años con su violador – desde los 12 años a los 24 -, su descenso a las tinieblas del bajo mundo y su simétrico ascenso a las luces disparadas por el mirrorbal en la cima del parlante del antro gay local del que lo rescataría Michael, su actual pareja). Esta parejita gay era mi principal conexión con la mafia caribeña hace tres años. Le pedí el celular a Esteban y los convencí de que vengan a saludar.
Aparecieron a los cinco minutos. Michael mide menos un metro cuarenta, Conrado dos metros diez. Nos sentamos en el banquito, tomamos café helado, mientras ellos se despachaban con unas hamburguesas de White Castle. De pronto, de la nada, apareció un pibe haciendo jogging con una chica. El en musculosa, transpirado, las piernitas rechonchitas y concavas, el trote despreocupado: una propaganda de gaseosa tajeada por los rayos verticales del mediodía.
Cuando dobló la curva que lo encaminaba hacia nuestro banco giré para observarlo y no lo disimulé: lo seguí con la mirada. Me devolvió el gesto. Conté los segundos: 1, 2, 3… 15. ¿Qué estaba pasando? Se generó el debate entre los presentes: ¿Nos estaba seduciendo?
Segunda vuelta, 1, 2, 3… 10 segundos y el pibe que sonriendo grita entrecortado: “¿Cómo va gente? ¿Todo bien?”, con tonito chongueril. Le respondimos alguna pavada. O mejor dicho varias pavadas superpuestas, un coro polifónico atragantado de hamburguesas: biencomiendoporacáalgobarbarolindogenialdía.
Tercera vuelta, en silencio, lo ignoramos, pero el mira otra vez, nos evalúa.Les digo a los otros tres que no me voy a quedar con la intriga, que no va a haber 15 vueltas, que ya noto el cansancio en la chica que lo acompaña. La próxima vuelta me les uno en la corrida. Se ríen y disfrutan el chiste.
Cuarta vuelta, cuando los tengo a 2 metros, me despego del banco y troto hacia ellos.
Yo: ¿Puedo correr con ustedes?
El: Sí, no hay problema.
Yo: ¿Son estudiantes? (Ya me estoy quedando sin aliento, estoy horriblemente fuera de estado, así que mejor meto dos preguntas en este bache) ¿De qué?
El: De ingeniería.
Y yo que me pregunto: ¿A ella le comieron la lengua los ratones?
Yo: Yo de computer science.
Silencio, corren a toda velocidad. Se me acelera el pulso, pronto voy a jadear, pronto voy a morir. No vale la pena quemar más calorías en esta conversación. Urgente: hay que disparar todos los cartuchos: rat tat tat.
Yo: ¿Son pareja?
Ella: (al final tenía lengua) Sí.
El: ¿Y ustedes… son pareja?
Yo: (no soy el único que dispara con munición pesada parece) Hay dos chicos que sí son pareja. Yo no estoy en pareja, el otro es mi amigo.
Silencio.
Yo: Necesito descansar. Suerte.
Huimos del parque con Esteban y la parejita desparejita.
Ya en casa de Esteban, empieza a llamar la tribu latina y en dos horas hay unos 10 más: venezolanos de acento engolado, colombianas con el pantalon metido en el tujes, el sueño de Cesar Isella, canción con todos, cerveza con todos. Hablan de vainas, vergas y carajos. Corre la cerveza, la piña colada y otros brebajes de colores irisados. Y luego la barbacoa, el aguacate, la yuca y la arepa. El aire tibio de la tarde sacudido por Ruben Blades, el merengue y las guarachas.
Pero, ¿qué pasó con Esteban? ¿Le gusté o no? ¿Quiere ser amigo? ¿Quiere ser amigo y luego se ve?
La tarde se muere y yo me despido de la multitud. Me subo a la 4×4 del enano y el gigante. La noche ondula, tibia, más allá de las vidrios polarizados. Quedamos en vernos pronto: salir a bailar, a algún bar, ir a la playa nudista (sugerencia de ellos, yo tengo visiones fellinescas).
Me tiro en la cama, abro la ventana y dejo que el viento tibio me pegue en el cuerpo: Estoy acá de nuevo, todo huele a deja vu a medio digerir. Recomenzar ahí donde deje, luego de una entrada en boxes de dos años…
Mejor me voy a bañar, a lamerme las heridas del dia, a cepillar mis sobacos, a limpiarme las orejas de tantos sordos ruidos que oír se dejan, a dejar que las burbujas minúsculas del shampoo anticaspa crepiten en mi cuero cabelludo.
Después veré.